Recién llegada a Bogotá en previsión de la Asamblea Internacional de la AIC en marzo de 2020, Selina, miembro de la AIC Venezuela, se enteró de que la reunión había sido cancelada debido a la pandemia del COVID-19.
Este fue el comienzo de una increíble aventura que duraría casi 10 meses. De hecho, debido al cierre de las fronteras y a otras dificultades, Selina no podrá regresar a su país hasta enero de 2021. Aquí está su testimonio de esta experiencia inolvidable:
Viviendo desde el Carisma Vicentino
“Señor concédeme que yo imite Tu vida, tu manera de obrar, Tu nos has dicho que estabas en la tierra para servir y no para ser servido. Enséñame a practicar una gran mansedumbre con todos,
A imitar Tu gran bondad en la manera de acoger. Como Tu Señor, deseo amar con ternura y respetar profundamente a todos aquellos con quienes me encuentre; deseo ser afable y bondadosa con los más desposeídos.
Señor enséñame a conservar siempre un profundo aprecio por mi prójimo. Tu vida en la tierra, Tu muerte y Tu resurrección nos hablan de Tu amor por todos.”
Según los escritos de Santa Luisa de Marillac.
Como miembros de la Familia Vicentina, cuantas veces hemos leído éste fragmento de los escritos de Santa Luisa, algunos no lo conocíamos y otros lo releen en éste momento, estoy segura que mis hermanas Hijas de la Caridad lo han repetido desde su alma y corazón muchas veces, hoy en medio de éste transitar de nueve meses de convivencia activa con ellas, en nuestra casa Provincial de la ciudad de Bogotá, Provincia la Milagrosa Bogotá Venezuela, puedo asegurar lo profundo y arraigado que están las palabras en éstas hijas de Vicente y Luisa.
Llegué a Bogotá, por unos pocos días en marzo de este 2020 y hoy he compartido meses de trabajo, oración, reflexión y de encontrarme con lo puro y cierto de nuestro Carisma, las enseñanzas de Santa Luisa a sus hijas, que hoy por hoy, llegan a nosotros hijos también, de estos grandes Fundadores.
En estos nueve meses viviendo una experiencia que no me podía imaginar que en algún momento de mi vida experimentaría, no solamente por estar tanto tiempo lejos de mi familia, hermanos, sobrinos, sobrinos nietos, sino vivir la cotidianidad con mis hermanas Hijas de la Caridad: su misma casa, misma comidas, alegrías, tristezas y lo más importante compartir una ínfima parte de su vida espiritual, orar con ellas , alabar al Señor, a nuestra Madre del Cielo la Virgen Milagrosa, Laudes, Vísperas y la gran bendición poder participar en la Santas Eucaristías, presididas por nuestros hermanos de la Congregación de la Misión.
Vivo un aprendizaje continuo, diario, de cada segundo, al permitirme colaborar en las diferentes Obras o Misiones que se desarrollan en esta hermosa casa provincial; en mis primeros días colaborando con las hermanas jóvenes a preparar la fiesta de la Renovación de los votos, sentí y compartí la alegría, creatividad, dedicación y amor demostrado por estas jóvenes, que son el presente y futuro de la Compañía. Luego viví de primera mano, la dinámica de la cocina de la casa, donde todo es hecho con amor, disciplina y entrega de unas a las otras, para que cada preparación sencilla, sea saludable y llegue llena de cariño a cada hermana.
Luego San Vicente y Santa Luisa me bendijeron mostrándome “el otro lado de la Medalla”, frase tantas veces repetida y hoy hecha acción, al poder colaborar en el Centro Ambulatorio Medalla Milagrosa pastoral, donde habitantes en situación de calle son atendidos amorosamente, con el fin de reconectarlos con su dignidad, donde se les recuerda que son hijos predilectos de Dios. Ésta realidad pandémica redujo las acciones del ambulatorio a brindarles solamente los almuerzos, aproximadamente 300 raciones diarias, domingo a domingo, misión que lidera una Hermana junto a un equipo interdisciplinario, que se entrega a éstos hermanos. En esta acción todos vivimos de primera mano el Carisma, repartiendo y recibiendo alimentos para el cuerpo y aún más importante, para el alma. Constatar de frente su pobreza, abandono, desprecio y soledad, es muy duro, pero absolutamente esperanzador, teniendo todo el apoyo de la Comunidad de la Casa Provincial al preparar, cocinar, envasar y repartir junto a palabras de cariño y afecto a cada uno, es realmente vivir la entrega y amor al hermano más vulnerable. Vivir y sentir esta experiencia por meses, teniendo siempre algo que brindarles a nuestros hermanos, es la más hermosa manifestación de una fe firme en la Divina Providencia.
Llevo muchos años de Voluntaria, pero después de lo aquí vivido, hoy sí puedo decirle en oración a San Vicente: “Aquí está tu Dama de la Caridad”.
Transitamos días muy duros donde la pandemia es la realidad mundial, que no escapa a esta casa, pero la fe, la entrega al Señor, a la Virgen Milagrosa Madre de la Compañía y a nuestros Amos y Señores, demostrando por estas Hijas de la Caridad que poniéndonos en sus manos todo lo podemos resistir y superar.
Compartir mis días con postulantes que para ésta fecha ya son Hermanas del Seminario, despierta mi admiración, para con éstas jóvenes alegres, devotas, dinámicas, trabajadoras y que viven la entrega plena al necesitado y a las hermanas de casa, compartir la cotidianidad con nuevas postulantes (entre ellas tres venezolanas) llena de una especial alegría mi alma, ésta convivencia me demostró la misericordia de nuestro Señor con la Pequeña Compañía al suscitar en nuestro continente cada vez más vulnerable, nuevas y esperanzadoras vocaciones.
Contar igualmente con la cercanía, afecto, palabras de ánimo y alegría de Sor Cecilia Triana González, Visitadora Provincial, junto al Director Provincial, el muy querido y admirado padre Álvaro Mauricio Fernández, quien siempre está allí, atento, cariñoso, entregado a las hermanas y a los que hacemos vida en esta casa.
Mientras revivo en mi mente, las experiencias de estos meses, recuerdo una de mis muy pocas salidas, pude conocer la Comunidad en diálogo, que es realmente uno de los mil hechos, donde doy gracias al Señor por inspirar y fortalecer a estas, tus Hijas de la Caridad y a todos aquellos colaboradores que van de la mano con ellas, permitiendo darle otra vida a nuestros hermanos. “Es una experiencia de acogida y de vida, donde la centralidad es el ser humano y la dinámica es el AMOR”, este proyecto depende del Centro Ambulatorio Medalla Milagrosa, está en su etapa de iniciar procesos pedagógicos de reeducación e inclusión a la sociedad, para que conscientes de su problemática, sean gestores de su propio cambio, viviendo en Comunidad.
En ésta casa se encuentra el Hogar Sor Clemencia Rengifo, hogar de las hermanas mayores, que ilusión, es como un jardín de ternura, afecto, y sabiduría de tantas hermanas que entregaron su vida a Dios, a la Compañía y lo más importante a nuestros hermanos los pobres. Es encontrar parte de las riquezas de las Hijas de la Caridad, de la Compañía, en cada recuerdo, cada comentario cuenta con la bendición de dar a pesar de sus años y enfermedades, mucho cariño a un miembro más de la familia. El Señor en su misericordia nos ha creado a todos diferentes y por ende cada Hermana cada Sor, es única: caracteres, costumbres, dones, aptitudes, pero en la Compañía de las Hijas todas son un todo, viviendo unidas y queridas como les enseño su Fundadora.
Confirmar que aún con la situación tan compleja y dura, nuestras hermanas continúan buscando la forma de socorrer, de servir a los más débiles, no solamente a los que viven en las calles frías y lluviosas de ésta ciudad, sino dando atención a desplazados en el Centro Social Nazaret junto con el apoyo de las Voluntarias, demuestra la importancia de la presencia de la AIC, igualmente en la Misión Hogar Soñador, donde desempleados, inmigrantes, familias de muy bajos recursos son atendidos y apoyados. No puedo dejar de mencionar la generosidad del pueblo colombiano que apoya, contribuye y hace suya cada Obra de las Hermanas, en toda Colombia.
Pido a Dios, a la Virgen Milagrosa y nuestros Santos Fundadores continúen derramando bendiciones en sobreabundancia, fortaleciendo a las admiradas y queridas Hijas de la Caridad de Colombia, Venezuela y el mundo. Hoy junto a mi familia no tengo como agradecerles, no hay palabras para ello, su afecto, su cariño, apoyo y generosidad para mí y los míos. DIOS LAS BENDIGA.
Fuente: http://www.aic-international.org/
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