“¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo”
Gén 12, 1-9; Sal 32; Mt 7, 1-5.
No era extraño, en mi convivencia con las familias, que la mamá me recibiera con un: “Padre, regañe a mi hijo porque se ha portado mal”, o le decían al niño: “Si sigues siendo grosero, el padre te va a llevar”. Sabía que no lo decían muy en serio, pero siempre me encargaba de desmentir ante los niños el papel de tribunal y de fiscal acusador que me atribuían sus papás. Lo triste es que, tras estas expresiones, está la idea de que la Iglesia, sus ministros, o la religión en general, tienen la función de juzgar y dictar sentencias respecto a los comportamientos equivocados de las personas.
¡Cuántas homilías que son regaños interminables, por pecados que cometen quienes no asisten a misa!
Ciertamente es misión del Evangelio y de los seguidores de Jesús hacer frente al pecado, desenmascararlo, combatirlo, porque daña la vida y las relaciones de las personas, porque oscurece el amor y la alegría. Podemos aconsejar, advertir, corregir a nuestros hermanos, con una actitud de caridad y respeto. Pero no juzguen, nos pide Jesús.
“Antes de juzgar al prójimo, pongámosle a él en nuestro lugar y a nosotros en el suyo, y seguro que entonces nuestro juicio será recto y caritativo” (S. Francisco de Sales).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón S. C.M.
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