Una siesta de 20 años

En el texto clásico americano, Rip Van Winkle se quedó dormido en las montañas Catskill y se despertó 20 años después, perdiéndose la Revolución Americana.

Desde hace más de veinte años vivimos en las primeras etapas de una «revolución digital». Ahora estamos empezando a darnos cuenta de cómo esta revolución digital está afectando a todas las facetas de nuestras vidas.  

No es tanto que nos hayamos dormido en la revolución digital. Es más bien que nuestros esfuerzos para hacer frente a la Covid-19 nos están alertando de las implicaciones y posibilidades mucho más amplias de vivir en un mundo digital.

En medio del aislamiento provocado por la Covid-19, las videoconferencias son como una metáfora que nos abre los ojos a diferentes formas de hacer negocios… e incluso a diferentes formas de presencia.

Voces proféticas

No es que no se nos haya advertido. Para mí, lo siguiente es algo irónico. Un documento del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, de hace casi 20 años, vio las líneas generales antes que la mayoría de la gente. El texto de 2002 titulado «La Iglesia e Internet» (The Church and the Internet, en inglés) escribía audazmente:

Internet está contribuyendo a producir cambios revolucionarios en el comercio, la educación, la política, el periodismo, la relación de nación a nación y de cultura a cultura; cambios no sólo en la forma de comunicarse de las personas, sino en la forma de entender sus vidas.

Ese mismo año san Juan Pablo II escribió:

Aunque la realidad virtual del ciberespacio no puede sustituir a la comunicación interpersonal real, a la realidad encarnada de los sacramentos y la liturgia o al anuncio inmediato y directo del Evangelio, puede complementarlos, atraer a las personas a una experiencia más plena de la vida de fe y enriquecer la vida religiosa de los usuarios.

Perspectivas vicencianas

Un anterior Superior General, Gregory Gay, escribió:

Hermanos míos, el mundo ha cambiado más rápido de lo que la mayoría de nosotros hubiera previsto.  Internet es uno de los motores clave de este cambio. … Tengo dos preguntas que plantearos para vuestra reflexión, hermanos míos. En primer lugar, ¿cuán diferente será el mundo dentro de sólo seis años?  Nos guste o no, la tecnología estará cada vez más presente en nuestras vidas, incluso en las de los más pobres. En segundo lugar, ¿estaremos preparados para servir en un mundo así?

Hace más de 20 años, el Documento Final de la Asamblea General de la Congregación de la Misión de 1998 hizo la conexión de forma premonitoria:

Estamos entrando en una era de la tecnología de la información que trae consigo formas de pobreza no reconocidas y, por tanto, aún más insidiosas. Si los pobres siguen sin tener acceso a la tecnología de la información, se verán aún más marginados y encerrados en un ciclo de pobreza.

Actualmente estamos viendo cómo se consolida una educación de dos velocidades, con niños que no tienen acceso a los ordenadores o con padres poco preparados para guiarlos. Sus padres se verán cada vez más atrapados en trabajos que perpetuarán el ciclo de la pobreza.

Como vicencianos debemos reconocer que esta revolución reforzará las estructuras de pobreza ya existentes.

La pobreza informativa estructural debería ser una preocupación de todos los seguidores de Vicente.

Permítanme modificar las conocidas palabras de Vicente: La Familia Vicentina ya no es lo que era. Tampoco es lo que está llamada a ser.

Despertemos al impacto de la revolución digital en aquellos a los que servimos.

Preguntas

• ¿Soy consciente de que la «revolución digital» es mucho más profunda que usar el correo electrónico o ver Netflix?
• ¿Soy consciente de las consecuencias a largo plazo de las dimensiones estructurales de la pobreza informativa?
• ¿Me pregunto, como Vicente, «qué se debe hacer»?