“Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos”
Tob 3, 1-11. 16-17; Sal 24; Mc 12, 18-27.
Ahora son los saduceos quienes acorralan a Jesús con sus preguntas. Los saduceos eran personas de la alta sociedad, miembros de familias sacerdotales, cultos, ricos, aristócratas e influyentes. Colaboraban políticamente con
el imperio Romano. Como grupo, dentro de la religión judía, tenían sus propias opiniones. Por ejemplo, no creían en la resurrección: la vida se acaba y se acabó. De ahí viene la pregunta: Supongamos que una mujer se casa con siete hermanos que sucesivamente fueron muriendo. Cuando ella muera y resuciten todos, ¿cuál de los siete va a ser el verdadero esposo de la mujer?
“No conocen la Escritura ni el poder de Dios”, les dice Jesús. Si los conocieran entenderían, primero, que la vida eterna no será una mala copia de la vida en este mundo.
¿Qué caso tendría resucitar para seguir sometidos a los mismos condicionamientos de esta vida? También entenderían que, si Dios es la fuente de nuestra vida, esa fuente nunca se agotará.
Pero la mejor respuesta de Jesús a esta pregunta absurda de los saduceos será su propia resurrección. Esa es su respuesta definitiva a todas las preguntas y a todos los misterios e incertidumbres de esta vida. Él resucitó. Nosotros también resucitaremos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón S. C.M.
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