“Tú no juzgas según la apariencia de la gente”
Tob 2, 9-14; Sal 111; Mc 12, 13-17.
«Den al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”, así responde Jesús a la pregunta mañosa que le hicieron unos fariseos y herodianos. La pregunta era sobre la licitud de pagar o no el tributo al césar. Sabemos que Israel, en tiempo de Jesús, era colonia del Imperio Romano; todos debían pagar tributo y había un sistema complejo de impuestos, de recaudadores, de aduanas, para mantener sometido al pueblo conquistado.
Vemos, pues, que la pregunta tiene filo, pretende poner a Jesús entre la espada y la pared: apoyar el sometimiento al imperio opresor o promover la rebeldía del pueblo oprimido. La respuesta de Jesús es aparentemente conciliadora (al césar lo del césar, a Dios, lo de Dios), pero, si nos fijamos bien, es profundamente subversiva. Las monedas que le muestran tienen la imagen del césar con la inscripción: “el divino Tiberio”. Pues bien, Jesús establece que el césar no es más que un pobre miserable que roba y mata por obtener estas monedas. Dios, en cambio, es el dueño de todo: del mundo, de la vida y del destino de los hombres; de su esperanza y sus sueños. La moneda tiene el rostro del césar; ustedes son hijos de Dios y son imagen del Creador, su vida le pertenece a solo a Él.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón S. C.M.
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