Hace unos días leí esta pregunta ¿Que sería de mí, si tu Amor no me hubiera alcanzado, Señor?
Les comparto que mientras contemplaba la cruz, el viernes Santo, me saltaba esta pregunta una y otra vez.
Dice Is. 53,4 «eran nuestros sufrimientos los que llevaba, nuestros dolores los que le pesaban». No puedo más que conmoverme hasta las lágrimas y dar Gracias.
Miro mi propia historia de Salvación, y lleva el sello de tu amor en todo su recorrido; me llamaste joven a servirte y en ese primer llamado cargaste en ti, Jesús, mi timidez, mi falta de amor propio, mi sufrimiento. Me miraste a los ojos y me llamaste por mi nombre. Tu Luz iluminó mis tinieblas y me llevó a compartir esa luz con tantos jóvenes.
Pero al crecer me perdí… dejé de seguirte, de buscarte, de encontrarte en la Eucaristía. La soberbia me hizo pensar que estaba «sobrada de fe». No conocía la soledad del camino del hijo que se aleja o el terror que paraliza a la oveja cuando se pierde.
Dice más adelante Isaías 53, 5 «a causa de sus llagas hemos sido sanos».
Yo que te crucifiqué al despreciar tu camino; Yo que elegí al mundo; yo que conociendo la alegría de tu cercanía te traicioné y opté por mis pecados. Aun así, Señor, me amaste, me alcanzaste. Tu Misericordia me regaló una Nueva Vida. Me buscaste y yo me dejé encontrar. Me abrazaste y me invitaste una vez más a seguirte.
Y justo ahí, en ese momento en que estaba en medio de tantas lágrimas provocadas por el peso de mi pasado, me liberaste Señor.
¿Qué sería de mí si no me hubieras alcanzado y traspasado con tu Eterno Amor? Estaría muerta, quizás mi corazón aún latería, pero de seguro no gozaría de la alegría de saberme hija recibida, oveja rescatada, mujer amada por un Amor que lo dio todo por mí en la Cruz y que me resucitó para dar vida a mis hermanos.
La razón de mi ser, de mi escribir, de mi predicar, de mi servir, eres Tú Señor. No me alcanza la vida, ni todo lo que haga en ella para dar Gracias por Tanto y Tanto Amor, porque sigo viendo las maravillas y milagros de tu amor cada día. Te veo en mi familia, en mi trabajo, en mi apostolado. ¡Tu Providencia y Misericordia me sostienen y se manifiestan en lo cotidiano haciendo mi vida algo extraordinario!
Gracias Señor porque no tengo que contestar a esa pregunta… Gracias por que Tu Extraordinario Amor está conmigo.
Hoy, frente a la cruz te pido: lléname, lléname de tu Amor Jesús y sígueme moldeando en Alma Misionera: «llévame donde los hombres necesiten tus palabras, necesiten mis ganas de vivir. Donde falte la esperanza, donde falte la alegría, simplemente por no saber de Ti».
Dalys Fernández
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