Alegres de ver al Señor en medio de ellos

por | Abr 8, 2021 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Cristo resucitado se pone en medio de sus discípulos y les da la paz.  Les enseña luego las manos y el costado.  Y alegres quedan ellos.

No están alegres, por supuesto, los discípulos tras la muerte de Jesús.  Hasta se hallan quebrados y desesperanzados.

Es que no solo echan de menos al Maestro.  Temen también a los que lo condenaron a muerte.  Con su muerte, además, se han hecho añicos las esperanzas y los sueños de ellos.

Y lo que les pasa a los discípulos se les nota en lo que cuentan los que andan a Emaús.  Hablan de un «profeta poderoso»; ellos «esperaban» que él liberara a Israel.

Pero muerto él y su tumba vacía, se van de Jerusalén.  Y se dice que no se le puede precisar a Emaús.  A ver si, por mencionar a Emaús, da a entender Lucas que los dos dan vueltas no más desorientados.

A continuación, los orienta a los cabizbajos el que se ha puesto a caminar con ellos.  Les explica que, para que se le conozca al Mesías liberador, no se puede prescindir de su pasión y muerte.

Y lo mismo hace Jesús con los que, por miedo, se han reunido en una casa con las puertas cerradas.  Pues nada más ponerse él en medio de ellos y darles la paz, les enseña las manos y el costado.  Y es por eso que no solo le reconocen, sino que se vuelven alegres también.

Para hacernos alegres, hemos de buscar la alegría donde se halla.

Enseña Cristo a los que están en Jerusalén y a los que van a Emaús dónde está la alegría.  Lo mismo se nos enseña a los que vivimos hoy día.

Y los alegres de verdad no son los seguros, fuertes y valientes.  Es decir, los envidiados y estimados en el mundo (Sal 73).

Los alegres de forma genuina se refieren más bien a los desechables a los ojos del mundo.  Sí, son los inseguros, los temerosos, los débiles.  Sus inseguridades, temores y debilidades les hacen confiar del todo en Dios y en su misericordia (Sal 2).    Tras confesar ellos su incredulidad, profesan:  «¡Señor mío y Dios mío!».  Es por eso que le complacen.

Y si así confiamos en él, los débiles seremos fuertes.  Los débiles y desechables, pues, daremos a conocer a Dios fuerte, el solo que vale.

Así que, como nos advierte el Papa Francisco no hay que buscar la alegría donde no está.  Para estar alegres, tenemos que «sentirnos amados gratuitamente, sentirnos acompañados», y saber compartir lo nuestro.

Y, sí, hay que amar; por lo tanto, salir de nosotros mismos.  De hecho nos envía Jesús.  Y para esto nos da su aliento.  Es que quiere que amemos al igual que él, es decir, hasta entregar nuestro cuerpo y derramar nuestra sangre.  Así amaremos a costa de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente (SV.ES XI:733).  Así venceremos también al mundo.  Y aseguraremos además que un día, por haber seguido a Jesús hasta el fin, nos veremos alegres por siempre (SV.ES III:359).

Señor Jesús, estamos alegres, pues siempre nos acompañas.  Concédenos no perderte de vista jamás.

11 Abril 2021
2º Domingo de Pascua (B)
Hch 4, 32-35; 1 Jn 5, 1-6; Jn 20, 19-31

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