Protege Señor a los que esperamos en ti. Aleluya
Hech 2, 14. 22-33; Sal 15; Mt 28, 8-15.
En toda esta semana estaremos celebrando la Resurrección. La Iglesia nos introduce en la alegría para que la vivamos como anticipo y prenda de nuestra felicidad eterna en el cielo.
La alegría del tiempo pascual nos repite con mil textos diferentes estas mismas palabras: ¡Alégrense!, ¡no pierdan jamás la paz y la alegría!
La alegría verdadera no depende del bienestar material, de no padecer necesidad, de la ausencia de dificultades, de la salud… La alegría profunda tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra correspondencia a ese amor.
Con nuestra alegría hacemos mucho bien a nuestro alrededor, pues esa alegría lleva a los demás a Dios. Dar alegría será con frecuencia la mejor muestra de caridad para quienes están a nuestro lado.
La alegría es una enorme ayuda en el servicio que prestamos a nuestros hermanos porque nos lleva a presentar el mensaje de Cristo de una forma amable y positiva, como hicieron los Apóstoles después de la Resurrección. La necesitamos también para nosotros mismos, para crecer en la propia vida interior.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Alicia Duhne
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