Una de mis citas favoritas para describir a san Vicente de Paúl proviene del autor británico T. E. Lawrence. Escribe:
Los que sueñan de noche en los polvorientos recovecos de su espíritu, se despiertan al día siguiente para descubrir que todo era vanidad. Más los soñadores diurnos son peligrosos, porque pueden vivir su sueño con los ojos abiertos, a fin de hacerlo posible.
Esta advertencia se refiere a la persona que ve las posibilidades con los ojos abiertos y de la manera más práctica: ese individuo consigue llevar a término sus proyectos. Vicente y Luisa eran de ese tipo de personas. Los prejuicios contemporáneos no les detuvieron. Ni Vicente ni Luisa se dejaron atar a las restricciones de su tiempo. Estaban dispuestos a hacer las cosas de forma diferente, implicando a personas e instituciones diversas. Nadie sería más fiel a las enseñanzas de la Iglesia que ellos, pero también vieron nuevas posibilidades: en la vida consagrada, en la formación del clero, en la predicación del Evangelio, en el servicio a los pobres. Apoyaban al gobierno real y su función, pero veían los estragos de la guerra, los daños del favoritismo y la injusticia que sufrían los desvalidos. ¡Qué fácil es hablar de ellos como «soñadores»!
Esta imagen vuelve a mi mente en estos meses en los que el papa Francisco nos plantea dos ideas. Una está en su libro «Soñemos juntos: El camino hacia un futuro mejor» y la otra está en su proclamación de 2021 como Año de San José, cuya historia incluye necesariamente sueños.
En el libro, Francisco encuentra convincente y desafiante la llamada del Señor al pueblo de Israel a través del profeta Isaías (Is 1,18-20): «Venid ahora, pongamos las cosas en su sitio». Francisco reformula estas palabras como una invitación a nosotros: «Venid, hablemos de esto. Atrevámonos a soñar» (p. 7). El Santo Padre imagina un mundo mejor en el que las necesidades de todos reciban consideración en la toma de decisiones y en el que el mundo mismo se asegure el respeto como «nuestra casa común». El libro detalla cómo esta esperanza puede lograrse abriendo los ojos (Francisco describe el mundo en los términos más prácticos y contemporáneos), utilizando nuestras mentes y actuando con nuestras manos. Con perspicacia, escribe sobre nuestra dignidad y lugar comunes:
Solidaridad no es compartir las migajas de la mesa, sino hacer un espacio en la mesa para todos. La dignidad del pueblo llama a la comunión: a compartir y multiplicar el bien, y a la participación de todos por el bien de todos (pp. 110-111).
Luego está José de la Sagrada Familia (a veces se le asocia con el José del Antiguo Testamento que alcanzó su fama por ser intérprete de sueños). Cuando estudiamos los sueños de José de Nazaret, podemos reconocer la forma en que fue llevado a formar una familia, a proteger a sus seres queridos, a valorar su herencia y a formar un hogar. José se enfrentó a su mundo en los términos más prácticos y con las herramientas que tenía a mano. Sus sueños le ofrecieron un camino que eligió seguir al responder a la gracia de Dios en su vida. No conocía todas las respuestas, pero confiaba en Aquel que le guiaba. La fantasía no formaba parte de sus sueños.
Durante el Mes de la Historia Negra, muchos de nosotros pudimos recordar la homilía de Martin Luther King, «Tengo un sueño». A algunos nos puede atraer una de las piezas de Los Miserables, «Soñé un sueño». Los más sentimentales entre nosotros recordarían la línea de «Somewhere over the rainbow», «Y los sueños que te atreves a soñar, realmente se hacen realidad». Los de mentalidad política podrían evocar la frase de Rober J Kennedy: «Algunos hombres ven las cosas como son y dicen por qué. Yo, en cambio, veo cosas que todavía no son, y digo, ¿por qué no?».
José, Vicente y Luisa, Francisco y muchos otros nos invitan a pensar en lo que es posible si abrimos los ojos a la gracia de Dios para un mundo diferente y mejor. Tenemos que soñar un poco. Después de todo, «el amor es creativo hasta el infinito» (Vicente de Paúl).
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