“Cuando des limosna, no debe de saber…”
Jl 2, 12-18; Sal 50; 2 Cor 5, 20-6,2; Mt 6, 1-6.16-18.
Bertita oraba insistentemente por la conversión de su hijo y de su esposo. Un día, de camino a misa como todos los días, la secuestraron. Después de 33 días le provocaron la muerte y la tiraron en un baldío. Al ir recogiendo en casa sus pertenencias, descubrieron un escrito donde ella pedía por la conversión de su esposo e hijo. Luego, varias personas comenzaron a externar las cosas buenas y obras de caridad que ella hacía.
¿Vemos la relación de la historia de Bertita con el evangelio de hoy? Dios mira en lo secreto, y nuestro Padre, que ve lo secreto, nos recompensa. Por eso seguros estamos de que Bertita goza del reino celestial, porque supo muy bien a quién dirigir todos sus ofrecimientos por los demás. Descanse en paz.
A Dios no le es indiferente nada de lo que hacemos, menos si viene de un corazón puro y recto.
Para completar la historia: el esposo de Bertita murió de forma inesperada un tiempo después. Para entonces, ya iba a misa y se confesaba. El hijo de su oración, el día del sepelio de su madre, tomó el micrófono en la iglesia para decir que perdonaba a los secuestradores, y habló de su madre como de una santa.
¡Las oraciones, sacrificios y renuncias de Bertita fueron escuchadas!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Gilberto Velarde Osuna
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