Desde que el papa Francisco declaró este Año de San José, he prestado atención a esta figura de nuestra fe. He invitado a José a mi mundo y he buscado su instrucción.
El 25 de enero se celebró la solemnidad de la Conversión de San Pablo. Ese día, la Congregación de la Misión (Misioneros Paúles) celebra su fundación. Vicente identificó esta fiesta como aquella en la que predicó el primer sermón de la misión. En este año he traído a José a mi pensamiento al reflexionar sobre el «apóstol de los gentiles» (Es probable que Pablo tuviera más o menos la misma edad que Jesús). ¿Cómo podríamos reflexionar sobre José y Pablo juntos?
Pablo era ciudadano romano; José no. Pablo era muy educado y multilingüe; José no. Pablo viajaba mucho; José no. Pablo trabajaba con aguja e hilo; José con martillo y sierra. Difícilmente se puede imaginar una conversación, una discusión o un debate en el que Pablo no entraría; normalmente pensamos en José como un tipo menos conflictivo. Puede ser bastante fácil hablar de las diferencias entre estos buenos hombres. Puedo describir a Pablo como un incendio forestal, y a José como una hoguera. Podría hablar de Pablo como una inundación, y de José como un pozo. Pablo sería un huracán, y José una brisa refrescante. Pablo es el «gran cuadro», José es el día a día. Ya se entiende la idea. Puedes hacer tus propias comparaciones y analogías. Sin embargo, una supera a todas las demás: José vivió con Jesús y María a diario durante décadas; Pablo no.
Reconocer estas distinciones no implica que uno sea mejor que el otro. Ambos trabajaron dentro de su propio mundo y su propia vocación. Compartían una fe ancestral y el amor al Señor. José conoció a Jesús íntimamente; Pablo lo conoció una vez en un encuentro extraordinario. Considero que José ancla a Jesús en el pasado, mientras que Pablo lo persigue hacia el futuro.
Por mucho que se pueda hablar de los diferentes roles de estos buenos hombres, una cosa está clara: ambos ocupan un lugar importante en la Iglesia. Los dones de cada uno contribuyen al conjunto. ¿Te imaginas que sus papeles se invirtieran? ¿Y si Pablo fuera llamado a ser el padre adoptivo de Jesús; y si José fuera llamado a proclamar el Evangelio por todo el Imperio? Poner a José en Antioquía me produce menos escalofríos que poner a Pablo en Nazaret. No, el Espíritu Santo acertó al llamar a cada uno de estos hombres a su vocación particular.
Puedo imaginármelos sentados en la misma mesa. Ambos creían profundamente en el único Dios; cada uno había experimentado una llamada y una acción divina de forma extraordinaria. Supongo que se encontrarían mutuamente en buena compañía.
Imaginar a José y a Pablo al mismo tiempo ofrece algunas oportunidades para reflexionar, pero no quisiera dar a mi imaginación una amplitud demasiado grande. Una lección importante para mí sería el reconocimiento de nuestra gran Iglesia, en la que hay espacio para personas de todo tipo. La urbanidad de Pablo no se opone a la ruralidad de José. La fe de algunas buenas mujeres y hombres cristianos puede encontrar una expresión diferente a la de mi vida. Quiero que estos otros vengan al Señor a su manera. Todo cristiano comparte la Biblia, los sacramentos, María, los santos y el único Dios verdadero. Dentro de esta comunidad, encontramos nuestro lugar y hacemos nuestro camino hacia el Reino. Esto funcionó tanto para José como para Pablo. Las vidas de estos dos santos pueden sugerir un camino para todos nosotros (Me pregunto dónde encajaría Vicente entre los dos…).
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