Jesús pone su morada entre nosotros. Él es la casa de oración y de esperanza para todos los pueblos. Y cumple él la promesa de Dios a David.
Propone David construir una casa que sea la morada del Señor. Y le responde el Señor y le recuerda las obras grandes que por él ha hecho.
Pero Dios promete darle, además, una dinastía. Es decir, la casa, la morada, del rey durará por siempre. Pues al Señor no se le puede superar jamás en la bondad.
Pero a pesar de tal bondad, la morada del rey no es nada prometedora. Es que sobre ella se cierne la sentencia: «La espada nunca se apartará de tu casa» (2 Sam 12, 10).
Y es morada de división. De esto, basta con mencionar a Amnón, a Tamar y a Absalón (2 Sam 13; 15-17). Así que la casa de David ofrece pocas posibilidades; una casa dividida no subsistirá (Mc 3, 25).
Se convertirá la morada perecedera en duradera.
Pero por el poder de Dios se puede hacer duradero lo perecedero; él es presencia estabilizadora.
No parece tampoco que tenga posibilidades la morada de María en Nazaret de Galilea. Pues se nos da a entender que de Nazaret no sale algo bueno, ni de Galilea, profeta (Jn 1, 46; 7, 52). Además, María no conoce varón.
Pero Dios hizo que la estéril Isabel concibiera un hijo. Así también hará que una virgen dé a luz un hijo. Ella le pondrá por nombre Jesús. El Señor Dios le dará el trono de David su padre; su reino no tendrá fin. Sí, se cumplirá de forma plena la promesa del Señor a David.
De María, pues, nacerá el Dios-Hombre. Es por eso que Jesús será a la vez la morada de Dios y la nuestra. Pues para Dios nada hay imposible.
Nada habrá que no pueda hacer Dios por nosotros, como él solo nos lo da a conocer. Ensalzará a los humildes y colmará de bienes a los con hambre. Nos ayudará a los que estamos en medio de una pandemia, débiles, divididos. Y desconcertados, debido a los pastores inútiles (Zac 11, 16-17). Pero toda prueba nos servirá para el bien (Rom 8, 28). Y venceremos por el amor de Dios en Cristo Jesús (Rom 8, 37), aunque nos parezca que todo está a punto de perecer (RCCM II:2). Dios construirá la morada, que si no, nos cansaremos en vano (Sal 127, 1).
A su Hijo no lo perdonará Dios, sino que lo entregará por nosotros (Rom 8, 31-32). Con él, por lo tanto, se nos darán todas las cosas. Sí, él es la morada de esperanza. Y de oración, por la que seremos capaces de todo (SV.ES XI:778).
Señor Jesús, haz que tu cuerpo sea nuestra comida y tu sangre nuestra bebida. Con este alimento, llegaremos a la morada eterna.
20 Diciembre 2020
Domingo 4º de Adviento (B)
2 Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a-16; Rom 16, 25-27; Lc 1, 26-38
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