Las Hijas de la Caridad han hecho de las calles su claustro

por | Dic 7, 2020 | Noticias | 0 Comentarios

[Nota del editor: Matthieu Brejon de Lavergnée es catedrático de Estudios Vicencianos de la Universidad DePaul. Como académico francés, fue previamente profesor asociado de Historia Moderna en la Sorbona, donde se graduó. Los principales intereses de enseñanza e investigación de Brejon incluyen la caridad, la filantropía y la ayuda a los pobres; la mujer, el género y el catolicismo; la historia francesa y mundial, y los estudios vicentinos. Ha hablado con Charles Camosy sobre su nuevo libro, The Streets as a Cloister: History of the Daughters of Charity [Las calles como un claustro: Historia de las Hijas de la Caridad].

Camosy: El título de un libro como «Las calles como un claustro» es tan hermoso como provocativo. ¿Qué intentabas invocar con este título?

Brejon: Este título proviene de una famosa cita del propio Vicente de Paúl. Cuando dio una regla a las Hijas de la Caridad, afirmó que, a diferencia de las monjas protegidas por los muros de su convento, ellas tienen «por celda, una habitación de alquiler; por capilla, la iglesia de la parroquia; por claustro, las calles de la ciudad; por clausura, la obediencia, con la obligación de no ir a ninguna parte más que a las casas de los enfermos o a los lugares donde su servicio sea necesario; por reja, el temor de Dios; por velo, la santa modestia».

Fue algo innovador en la época del Concilio de Trento, que intentó imponer más disciplina entre los religiosos, y especialmente la clausura a las mujeres, para protegerlas de las influencias del mundo. Pero, ¿cómo se puede cuidar de los enfermos y enseñar a los niños sin salir a buscarlos, dondequiera que estén? Ayudó el hecho de que se reconociera una nueva forma de vida femenina, no esposa ni monja sino una mujer célibe consagrada, una especie de ambiguo «tercer estado» en aquella época.

Otro punto que debemos tener en cuenta es que la vida claustral y contemplativa se consideraba más perfecta que la vida laica y activa. ¡Las sencillas hermanas necesitaban ser animadas! Vicente de Paúl les explicó que su agotadora vida, dedicada a los pobres, era quizás más necesaria que una vida tranquila dentro de un claustro. Me hace pensar en la reciente carta Gaudete et Exultate (Regocijaos y alegraos) donde el papa Francisco decía que «muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra». Ciertamente, muchas hermanas religiosas cariñosas eran esas santas «de al lado».

Honestamente no sabía que las Hijas de la Caridad son la mayor comunidad de mujeres católicas del mundo. También me sorprendió saber que su historia como orden ha sido casi totalmente descuidada. ¿Por qué cree que es así?

En efecto, ¡es sorprendente! A pesar de una gran visibilidad debido, hasta 1965, a su gran cofia blanca, la «cornette», con sus alas extendidas, las Hijas de la Caridad eran en su mayoría hermanas activas que cultivaban la discreción y la humildad. «Decir poco, hacer mucho», por citar el título del libro de Sioban Nelson, podría haber sido su lema. Otra razón es que los verdaderos orígenes de su fundadora, Luisa de Marillac, estuvieron ocultos durante mucho tiempo. Ella era una niña natural, no se sabía quién fue su madre. ¿Cómo se puede revelar este secreto de familia cuando sólo en las Constituciones de 1983, tras la revisión del Código de Derecho Canónico, ya no se exigía la dispensa de nacimiento legítimo para abrazar la vida religiosa? Ahora comprendemos mejor el camino espiritual de Luisa de Marillac que, a través de sus dificultades y sufrimientos, encontró su vocación, enriquecida por su experiencia de esposa, madre y viuda.

Hay quizás una última razón: Abrir los archivos es como dejar que alguien toque el tesoro de una congregación, en el corazón de su identidad. ¿Qué iba a decir un erudito, además de un hombre y un laico, sobre nosotras? Debo decir que me sentí muy honrado por la constante confianza que las Hijas de la Caridad depositaron en mí.

Su libro explica que la Compañía puede rastrear sus orígenes hasta el siglo XVII. ¿Puede decir más sobre este comienzo?

El siglo XVII fue en Francia una época de alta espiritualidad. Ha sido llamado «la edad de los santos».

Muchos de estos santos fueron fundadores de nuevas y dinámicas congregaciones religiosas para responder a los desafíos de su tiempo. Se pueden subrayar dos cuestiones: primera, la necesidad de instrucción. La idea de que para salvarse, no bastaba con creer, ahora necesitamos saber en qué creemos. La catequesis de los laicos, y para ello la instrucción general, se convirtió en una meta importante de la Iglesia Católica. Pero personas como Vicente de Paúl, fundador de la Congregación de la Misión, o Jean-Jacques Olier, fundador de los Sulpicianos, trataron también de mejorar la formación intelectual y la moral del clero.

Vicente de Paúl se sorprendió al escuchar la historia de la señora de Gondi, una piadosa dama de la nobleza, que le contó cómo se encontró con un sacerdote de campo incapaz de pronunciar sobre ella la fórmula de la absolución. Otros ignoraban las palabras de la consagración. Con ese espíritu, algunas jóvenes y generosas mujeres de las clases bajas, como Margarita Nezot, la primera Hija de la Caridad, se reunieron en torno a París, Francia, para vivir con sencillez, rezar y enseñar a los niños la lectura y los comienzos de la fe. Esta fue la segunda corriente de este siglo que fue tanto mística como misionera. Muchos católicos laicos ricos, tanto hombres como mujeres, dieron mucho dinero para dotar de tales iniciativas. También vivían una profunda vida espiritual.

En mi propia investigación para un proyecto actual, me enteré de que las Hijas de la Caridad influyeron mucho en Florence Nightingale al ayudar a formar sus puntos de vista sobre la enfermería. ¿Puede decir más sobre la orden y su relación con la enfermería y el cuidado de la salud?

¡Tienes razón! ¡Pero Florence Nightingale no estaba tan agradecida! Se reunió muchas veces con las Hijas de la Caridad durante los años 1850 en Roma, Alejandría, Gante, Dublín o París, y estaba dispuesta a aprender de ellas. Amaba su conocimiento y dedicación, su libertad e independencia de las jerarquías masculinas. «Es católico, sin ser papal», dijo. Pero su opinión cambió después de la Guerra de Crimea (1853-56) donde compitió en los campos de batalla con las hermanas, lo que también fue una competencia entre británicos y franceses, católicos y protestantes.

Las Hijas de la Caridad —y eso es ciertamente lo que le gustaba a una persona tan autoritaria como Florence Nightingale— eran una orden centralizada y jerárquica, bajo la autoridad de una superiora general elegida. Este nuevo modelo, a diferencia del de las Hermanas de la Visitación que era mucho más descentralizado, daba una fuerte unidad a las hermanas formadas y acostumbradas a actuar de la misma manera. Como los soldados, estas profesoras y enfermeras cualificadas podían ser enviadas a todas partes. Vivían en pequeñas casas, visitando y cuidando a la gente en sus casas, o en grandes hospitales donde trabajaban. Las más cualificadas podrían haber sido, antes de la Revolución Francesa, farmacéuticas. Más allá de los cuidados técnicos, se comprometían a un enfoque holístico del paciente, considerando tanto el cuerpo como el alma. Vicente de Paúl solía decir que tenían que llevar las dos «carnes» a los pobres.

¿Cómo están las Hijas de la Caridad hoy en día? ¿Cómo están los números? ¿Qué indica esto, si es que hay algo, sobre la salud de las órdenes de religiosas católicas en nuestra época contemporánea?

Hoy en día hay 15.000 hermanas en unos 100 países, lo que es mucho… pero eran 45.000 en su apogeo, en tiempos del Vaticano II. Están envejeciendo, especialmente en el mundo occidental, anticipándose un poco a nuestra demografía.

Pero esta disminución esconde un cambio en la geografía. Ocho de cada diez hermanas eran europeas a principios del siglo XX; hoy en día sólo son seis de cada diez. Más mujeres se unen a la «pequeña compañía» en Asia (India, Vietnam…) o en África (Etiopía, Nigeria, Ruanda…) donde la media de edad es de 53 y 47 años frente a los 73 de Norteamérica. El catolicismo conoce el mismo cambio global del «Norte» hacia el «Sur».

¿Deberíamos también crear un vínculo entre la pobreza, la falta de atención sanitaria y bienestar social, y el dinamismo de las congregaciones religiosas activas? En nuestros países ya no es necesario abrazar una vocación religiosa para convertirse en enfermero, profesor o trabajador social. Observamos más vocaciones entre las órdenes tradicionales y contemplativas que ofrecen a los jóvenes el cambio radical con el mundo secular que buscan. También debemos reconocer que hay una brecha generacional con estas hermanas mayores que han visto en las promesas del Vaticano II una forma de unirse al mundo y a sus pobrezas.

Pero todavía hay algo de esperanza con las recientes entradas en los EE.UU., y me doy cuenta de cómo mis estudiantes en la Universidad DePaul siempre se sorprenden por lo que las Hijas de la Caridad hacen todavía por los sin techo, los prisioneros, los inmigrantes, etc. Otro cambio importante es la creciente proximidad de las vocaciones dentro de la Familia Vicenciana. Hermanas, sacerdotes y laicos católicos están uniendo ahora sus esfuerzos para trabajar en acciones similares enfocadas en el «cambio sistémico» inspirado en una misma espiritualidad que se basa en el capítulo 25 de Mateo: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me invitasteis a entrar, estuve desnudo y me vestisteis, estuve enfermo y me cuidasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a visitarme».

Fuente: cruxnow.com

por Charles C. Camosy

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