En mi anterior reflexión hablé sobre mi apreciación del Cristo de Vicente de Paúl y sobre cómo cada uno de los evangelistas puede enfatizar un aspecto del ministerio de Jesús, aunque todos contienen cada uno de los elementos. Sugerí cómo el Evangelio de Lucas presta especial atención a Jesús como sanador del cuerpo, el alma y la relación. Estos aspectos del ministerio también encontraron un lugar importante en la misión de Vicente.
La sanación está en lo más alto de mi esperanza y mi oración en este momento. Uno puede reconocer la necesidad de sanación médica mientras nuestro mundo continúa luchando con el coronavirus y sufre todas sus consecuencias. La sanación racial se hace necesaria para nuestra alma. Negar las formas en que nuestro país, comunidad y nosotros mismos nos escondemos de este pecado es dar la espalda a los primeros pasos hacia la sanación. El remedio necesario comienza con la confesión y pasa por la penitencia hasta la conversión. Los elementos enfatizados en nuestro sacramento de reconciliación resaltan el camino hacia la sanación.
Como si estos dos males no desafiaran suficientemente nuestra necesidad de volver a la sanidad, la actual situación electoral en nuestro país, Estados Unidos, no ofrece ningún consuelo ni ocasión para recuperarse todavía. Por un lado, las acusaciones relativas a la negación consciente de los derechos de voto; por otro, las alegaciones de un fraude electoral calculado. Nuestra sanación como país requiere un esfuerzo serio y reconstruir la confianza.
Siento la necesidad de sanación en muchas partes diferentes de mi vida, y mi situación no es única.
Las imágenes del Nuevo Testamento que rodean la sanación de Jesús dejan claro que estamos hablando del don de la vida. Jesús da vida no sólo en la resurrección de los muertos, sino en la restauración de la vista, en el fortalecimiento de los miembros lisiados y en el restablecimiento del oído. Él da vida en la eliminación del hambre, la expulsión de los demonios y la restauración de la dignidad. Da vida por las historias que cuenta, por los desafíos que presenta, y por las invitaciones que ofrece. De innumerables maneras, Jesús trae la sanación y la vida acompaña esta recuperación.
Estos pensamientos me devuelven la esperanza. Recuerden la cita de Cicerón: «Mientras hay vida, hay esperanza». Ana Frank ofrece una reflexión paralela: «Donde hay esperanza, hay vida. Nos llena de nuevo de coraje y nos hace fuertes de nuevo».
En este momento, la sanación, la esperanza y la vida se mezclan en mi cabeza y mi corazón. Descansan firmemente en el mensaje del Evangelio, y encuentran aplicación en nuestro carisma vicentino. Rezo para que continúen echando raíces más profundas entre nosotros para que podamos ser instrumentos de la gracia de Dios.
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