No es el proceder de Cristo Rey juzgar según las apariencias. Y en el día final, son sus enseñanzas de palabra y de obra que nos van a juzgar.
Desde hace dos domingo se nos exhorta a velar y a estar listos para la venida de Jesús en su gloria. Y hoy se nos concreta que esa venida quiere decir el juicio final. Pues el que a quien esperamos, y para cuya venida en gloria nos preparamos, va a juzgar a todas las naciones.
Le toca a Jesús, el Hijo del Hombre, juzgar a los hombres. Es decir, nos pondrá en un lado o en el otro. Él es como el pastor que pone las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
Y somos de todas las naciones. Pero de qué país viene uno, o cuál es la religión de uno, nada de esto sirve de base para juzgar. Ni hay, ante nuestro Rey, ni esclavo ni libre, ni varón ni mujer, ni lego ni clérigo, ni sabio ni ignorante. Es que cuenta él que esto es todo para juzgar: ser nosotros compasivos o no compasivos.
Jesús es la compasión en persona; encarna él su enseñanza: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Así pues, se presenta él como el Ungido y Enviado de Dios para anunciar la Buena Nueva a los pobres.
Por lo tanto, fiel a esa unción y misión, recorre él pueblos y aldeas para enseñar y proclamar la Buena Nueva. Para curar las enfermedades y dolencias del pueblo. Para acoger a los que el mundo no deja de juzgar por desechables y de empujar a las periferias.
A las periferias va, pues, Jesús para encontrarse allí con los desvalidos. Allí promueve él «una cultura de encuentro» y el amor solidario; se identifica con todos los desgraciados del mundo.
Las enseñanzas de palabra y de obra por parte de Jesús nos van a juzgar en el día final (Jn 12, 48).
Así es Jesús. Y es por eso que no pueden habitar con él los que no tienen compasión. Éstos carecen incluso de humanidad y son peores que las bestias (SV.ES XI:561). Y las palabras y las obras de Jesús les resultarán a los sin compasión como fuego devorador del que huirán. Se apartarán, sí, de él para que sigan su camino de egoísmo de siempre que llevará a la maldición eterna.
En cambio, serán benditos los que viven y mueren en el servicio de los pobres (SV.ES III:359). En los brazos de la Providencia y en una renuncia actual a sí mismos, para seguir a Jesucristo. Aseguran ellos, sí, su felicidad eterna; en Cristo serán vivificados. No hay duda de que se contarán entre los que oirán al Rey decirles: «Venid vosotros, benditos de mi Padre» (SV.ES IX:241).
Señor Jesús, haz que, en lugar de juzgar a tus más pequeños hermanos y hermanas, te reconozcamos a ti en ellos. Que, junto con tu Madre, seamos señales de las grandes obras que el Poderoso hace por ellos. Y concédenos a los que en tu Cena proclamamos tu muerte estar listos para tu venida. Así nos uniremos a ti y a ellos en tu reino.
22 Noviembre 2020
34º Domingo de T. O. (A) – Jesucristo Rey del Universo
Ez 34, 11-12. 15-17; 1 Cor 15, 20-26. 28; Mt 25, 31-46
0 comentarios