Jesús es la verdad en persona de que las buenas obras son amores y no las buenas palabras y razones. ¿Vivimos nosotros según esa verdad?
Se nos exhorta con frecuencia a amar a Dios (SV.ES XI:733). «Pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente». Es decir, el amor no se trata tanto de sentimientos nobles y palabras dulces cuanto de buenas obras y acciones.
Por supuesto, esa exhortación se arraiga en la enseñanza y el ejemplo de Jesús. Ha venido él a dar plenitud a la ley y los profetas. Guarda él, por lo tanto, los mandamientos. Pero también no deja él de destacar lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad. Además, señala con acierto que la ley entera se resume en el doble mandamiento de amor a Dios y al prójimo.
Y el prójimo, el más cercano, no nos deja ninguna opción más que la de amar no de forma teórica. El más próximo, sí, nos llama a hacer obras de amor y así concretar nuestro culto y amor a Dios. Se nos llama, pues, a hacer lo que Jesús. Sus dos grandes rasgos son la religión para con el Padre y la caridad para con los demás (SV.ES VI:370).
Esos rasgos los muestra el Ungido y Enviado de Dios mientras pasa haciendo obras de misericordia. Sí, recorre él pueblos y aldeas para enseñar, proclamar la Buena Nueva y curar las enfermedades y dolencias del pueblo. Y acoge él a todos, especialmente a los olvidados por la religión y abandonados por la sociedad. Su amor no hace distinciones; busca él el bien de todos, de los buenos y de los malos. ¿Así amamos?
La fe obra por medio del amor (Gal 5, 6); sin obras, está muerta la fe (Stg 2, 17).
A los que nos decimos seguidores de Jesús se nos pone también a prueba. ¿Hablamos y obramos en pro de los derechos de los inmigrantes? ¿Acaso no consentimos, por nuestra indiferencia, que se les explote a los detenidos por ICE?
Y, ¿admitimos por nuestras obras que no se puede amar a Dios y a la vez odiar a un hermano o a una hermana? ¿Es cierto que nuestro amor no lleva cuentas del mal, que disculpa, cree, espera y aguanta sin límites? Al igual que el amor de san Francisco de Asís (Fratelli tutti 3-4), ¿no conoce fronteras el nuestro? ¿Captamos realmente que dejar a Dios por Dios (SV.ES IX:297) quiere decir amar al prójimo es amar a Dios?
Quiera Dios que pasemos la prueba.
Señor Jesús, nos amaste hasta el extremo y así lo cumpliste todo. Enséñanos a cumplir nuestra parte en dar testimonio del amor por nuestras obras. Concédenos también a los que celebramos tu Cena seguir tu ejemplo y hacer lo que tú has hecho con nosotros.
25 Octubre 2020
30º Domingo de T. O. (A)
Éx 20,20-26; 1 Tes 1, 5c-10; Mt 22, 34-40
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