Gratitud ante el dolor de la pérdida

por | Oct 18, 2020 | Formación, Oficina de la Familia Vicenciana, Reflexiones | 0 comentarios

Soy una Hija de la Caridad, que actualmente he vivido la experiencia profunda del retorno de mi papá, a la casa del Padre. No ha sido algo sencillo, pero sí muy profundo y rebosante de plenitud.

En un primer momento, quise escribir esta nota, sólo para mí, tratando de ahondar en mi experiencia creyente; acrecentando con ello mi conciencia, en torno al grande Amor que Jesús nos tiene.

Luego, en medio de la realidad de Pandemia, que se ha venido sumando a la ya conocida de «Pueblo Crucificado», recibí la invitación de compartirla con todos los hermanos de la Familia Vicentina.

Sirva este pequeño escrito como una muestra de lo mucho que podemos hacer, con el don de la Vida; entendiendo a profundidad, que se trata de un préstamo muy corto, que recibimos por parte del Señor y del cual tendremos que dar cuenta desde la experiencia del AMOR.

«Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (San Agustín).

Como familia queremos agradecerles a todos ustedes que nos han acompañado con su apoyo y oraciones en estos momentos en el que el Señor nos ha visitado, llevando a nuestro padre, esposo, abuelo, tío, hermano, amigo, a su presencia.

Él ya no tiene esta inquietud del corazón, ya posee y vive eternamente a aquel y para aquel que lo ha creado, lo ha amado, lo ha redimido, lo ha salvado y lo ha llevado a su presencia.

Como familia hemos experimentado lo que significa la comunión de oración y de corazón, hemos sentido como en medio del dolor, del vacío, de la ausencia, Dios nuestro Padre, nos ha llevado cargados.

Es esta comunión de hermanos la que nos ha sostenido y la nos sigue llenando de esperanza, porque la muerte no es el final del camino, porque entendemos que él ya no está con nosotros, sino que está en nosotros. Entendemos también que el llorar no es la única manera de decirle que sigue presente, sino que el ser felices, el seguir luchando por nuestros sueños, el seguir perpetuando su vida, su bondad, su ejemplo de vida, es otra y tal vez la mejor manera de decirle que no lo olvidamos y que siempre estará presente. Dejar ir físicamente a un ser querido es comprender que está más presente que nunca, que en cada Eucaristía nos unimos en comunión de amor y que en la cotidianidad de nuestra vida nos acompaña una nueva presencia.

Creemos que él ya alcanzó la meta, ya se ha encontrado con su Creador, está feliz, y esta felicidad será completa en la medida que nosotros seamos felices y lo dejemos volar libre en el amor de Dios.

En nuestro corazón hay una inmensa gratitud y paz, y es esta gratitud la que anima nuestra esperanza, porque sabemos que la muerte no es el final del camino, y aunque nos cueste al principio entenderlo es el inicio de una vida nueva y eterna, porque nuestra vida desde que nacemos hasta que partimos de esta tierra es una llamada a la eternidad. Y como nos lo dice el papa Francisco: «Si la muerte no tiene la última palabra, es porque en vida, aprendimos a morir por otros«. Viejito: Cuánto moriste a ti mismo desde niño hasta el último momento de tu existencia. Gracias por darnos vida, por entregarte, gracias por mostrarnos que nunca es tarde para empezar y reemprender un camino nuevo. Gracias por tu búsqueda de Dios, por tu peregrinar lento pero seguro hacia la casa del Padre. Tu memoria queda viva en nuestra vida en la medida que también aprendamos a morir a nosotros mismos para que otros tengan vida».

Cómo no agradecer la forma como Dios lo llevo a su encuentro. «Dios, escuchó sus suplicas, lo sanó completamente antes de emprender el camino al cielo. Como la muerte de los justos, acompañó a Jesús en el huerto de los Olivos, en el momento de la agonía, y luego la misericordia del Padre se derramó en abundancia, en medio de la en una profunda paz, se durmió en los brazos de su amado Padre. Creemos que ahora está en el cielo en el «terrenito» que le pedía a Dios para hacer un vivero y sembrar muchas flores. Seguro que desde allá está sembrando mil bendiciones para nosotros y para el mundo. Ahora está en el mejor lugar, en la mejor tierra, en las mejores manos.

Gracias Dios por habérnoslo prestado estos 83 años de Vida. Por alimentarlos y sostenerlo con tu Cuerpo y tu Sangre hasta el final. Por regalarnos la gracia de haber estado a su lado siempre, Por habernos dado el regalo de haber estado como familia a su lado, de haberlo amado y cuidado con esmero. Gracias por haberle regalado todas las gracias necesarias para su partida, para cruzar la otra orilla.

Gracias por su deseo de oración y su conciencia hasta el final, por la bendición que nos dio a todos y por el perdón dado y recibido a todos, gracias por custodiar su alma. Gracias, porque la paz en la que se fue, es ahora nuestra paz.

Madre María, muchísimas veces se deslizaron por sus manos las cuentas del Santo Rosario, hasta el final sus labios pronunciaron las Ave Marías,, gracias porque lo tomaste de tu mano y lo condujiste al encuentro con nuestro Padre Dios. Estamos seguros que allá en el cielo se sellaron la consagración que hizo al sagrado corazón de Jesús y a tu Inmaculado corazón. La gratitud se lleva el llanto. Cuando pensamos en cuán grande has sido Dios con nosotros, no nos queda más que agradecer y aceptar los designios de Dios y agradecer su paso por nuestra familia.

La muerte trae consigo la vida, «Tendremos al Señor, esta es la belleza del encuentro«. Es bello pensar que vendrá Jesús mismo a despertarnos, «Jesús mismo reveló que la muerte del cuerpo es como un sueño del cual Él nos despierta«. «De todas las cosas que hemos reunido, que hemos ahorrado, legalmente buenas, no nos llevaremos nada, pero sí, llevaremos el abrazo del Señor» (papa Francisco).

Gracias por sus oraciones. Dios recompense tanto bien que nos han hecho.

Nuestra oración como familia les acompañe: Familia Medina Agudelo.
Septiembre 21 del 2020

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