Cada semana, un miembro de la Familia Vicenciana nos compartirá una porción su experiencia en estos últimos meses. Desde lo íntimo de su corazón, propondrá un mensaje de esperanza, porque (estamos convencidos) también hay lecciones positivas que aprender de esta pandemia.
A finales de junio de este inolvidable año 2020, un grupo de jóvenes de JMV decidieron crear una comunidad virtual de oración para rezar el rosario a diario. La primera motivación era acompañar a una joven de 21 años que estaba luchando y sigue luchando con el lupus. La segunda, rezar por todos los enfermos y por el fin de la pandemia.
Todos los días, desde la mañana, afluyen las intenciones en nuestro grupo WhatsApp, desde situaciones muy cercanas a las más alejadas, más allá de la enfermedad y del coronavirus. Cada mensaje nos recuerda la necesidad de vivir nuestro día en la oración, ofreciendo lo que somos y lo que hacemos para bien de nuestro hermanos y hermanas.
A las 20 horas, de 30 a 50 personas, incluyendo familias enteras y personas no relacionadas con el grupo, se conectan via Zoom para el rezo del rosario. La hermana acompañante hace la oración inicial, dos personas leen las intenciones del día y la meditación, y nos vamos tornando para las preces. A veces, la tecnología falla y varios no consiguen conectarse, pero a la misma hora, desde sus hogares, rezan juntos con los otros, sabiendo que «si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquiera cosa que pidan les será otorgada por mi Padre que está en los cielos. Porque donde hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,19-20).
Nuestro grupo de oración ha compartido duelos, alegrías, noticias de curaciones y recaídas, miedos y esperanzas. No nos conocemos personalmente, pero nos sentimos y —más aún— somos realmente comunidad de hermanos y hermanas que acogen y presentan ante el Señor las necesidades de nuestra Iglesia, del mundo entero, de nuestros países y de nuestros seres queridos.
En un tiempo en que nos fue imposible estar cerca los unos de los otros, esa comunidad de oración nos permitió acompañar a tantas personas a quienes hubiese sido imposible expresar nuestra compasión y nuestro amor. En este tiempo para abstenerse de contacto físico, nuestra oración llena de fe y esperanza abrazó a cada persona que nos fue encomendada.
Esa experiencia única de comunión sigue aún. Quizás tenga que pararse en su forma actual en algún momento. Pero a cada uno de nosotros, nos recordará siempre la comunión de los santos en la cual somos miembros activos. Sí, la oración es el mejor de los abrazos. No conoce ni fronteras ni distancia, y como la lluvia, no queda sin producir su efecto, aunque ese quede escondido a nuestro conocimiento.
Yasmine Cajuste
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