Oración:
¡Oh Dios, Padre amoroso! Que por tu gran bondad nos has llamado a ser Evangelizadores de los pobres, siguiendo los caminos de tu Hijo amado Jesucristo, ayúdanos, con el ejemplo de San Vicente de Paúl, a ser diligentes y audaces ante las necesidades de nuestros hermanos, con un corazón sensible ante los sufrimientos. Concédenos, por tu Espíritu Santo, ser capaces de anunciar, practicar y testimoniar el Reino de Dios en todos los lugares del mundo, para que ninguna periferia se prive del anuncio gozoso de la Salvación.
Que al contemplar a tu Hijo hecho hombre, podamos pasar de la mesa de la Palabra y de la mesa de la Eucaristía a la mesa de los Pobres, para compartir con los demás el Pan de Vida. Danos la capacidad de ser hombres y mujeres que encarnemos una verdadera espiritualidad para responder a los desafíos de hoy, en medio de esta pandemia y sus consecuencias. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén
Padre Nuestro…
Oración a la Virgen:
(De los escritos de san Vicente de Paúl)
Santísima Virgen María ayúdanos a estar dispuestos a practicar las máximas evangélicas, te pedimos que llenemos de ellas nuestro espíritu, llenemos nuestro corazón de su amor y vivamos en consecuencia. Por tu intercesión ya que, mejor que ningún otro, penetraste el sentido de esas enseñanzas y las practicaste. Para esperar que, al vernos aquí en camino de vivir según estas máximas, nos serán favorables en el tiempo y en la eternidad.
¡Oh, santísima Virgen, pide al Señor este favor, pídele una verdadera pureza para nosotros, para toda la familia vicentina! Esta es la súplica que te hacemos. Amén.
Dios te salve…. Gloria…
OCTAVO DÍA
Misioneros a ejemplo de San Vicente de Paúl
Signo: Imágenes de varios santos y beatos de la Familia Vicentina (San Francisco Regis Clet, San Justino de Jacobis, San Juan Gabriel Perboyre, Santa Luisa de Marillac, Santa Catalina Labouré, entre otros); fotografías de algunos Vicentinos destacados por su actividad en medio de nosotros y la frase: “Seamos santos y sabios para ser el tesoro de la Iglesia de hoy”
Canción: Un amor ardiente a Jesucristo
Iluminación Bíblica: Mateo 25, 34-46
“Entonces dirá el Rey a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.» Entonces los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?» Y el Rey les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.» Entonces dirá también a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.» Entonces dirán también éstos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?» Y él entonces les responderá: «En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.» E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna».
Palabra del Señor.
Escuchemos a San Vicente de Paúl:
“El Hijo de Dios podía arrebatar a todos los hombres con su divina elocuencia, pero no quiso hacerlo; al contrario, para enseñar las verdades de su evangelio se sirvió siempre de expresiones comunes y familiares; siempre quiso ser más bien humillado y menospreciado que alabado o estimado. Veamos, pues, hermanos míos, cómo hemos de imitarlo; para ello reprimamos esos pensamientos de soberbia en la oración y en las demás ocasiones, sigamos en todo las huellas de la humildad de Jesucristo, usemos palabras sencillas, comunes y familiares, y cuando Dios lo permita, quedemos contentos de que no se tenga en cuenta lo que decimos, que nos desprecien, que se burlen de nosotros, teniendo la certeza de que, sin una verdadera y sincera humildad, nos es imposible obtener ningún provecho ni para nosotros ni para los demás” (XI, 781).
Reflexión:
El 30 de mayo de 1659, San Vicente hacía una conferencia sobre la caridad a sus misioneros, en el auditorio de San Lázaro. En uno de sus apartes les dice: “…Por tanto, nuestra vocación consiste en ir, no a una parroquia, ni sólo a una diócesis, sino por toda la tierra; ¿para qué? Para abrazar los corazones de todos los hombres, hacer lo que hizo el Hijo de Dios, que vino a traer fuego a la tierra para inflamarla de su amor. ¿Qué otra cosa hemos de desear, sino que arda y lo consuma todo?” (XI, 553).
Estos primeros misioneros, al igual que el Fundador ardían en celo por la salvación de las almas, y muy prontos y generosos como Portail y de la Salle llevaron el evangelio a las comarcas francesas en medio de la guerra, la peste y el hambre. Pero la visión De Paúl divisó más allá de los mares y las campiñas francesas, entre otras, las lejanas tierras de Polonia la Berbería y Madagascar en el África. Centenares de ignotos misioneros se santificaron en los campos y en los seminarios. Sus nombres ni siquiera se conservan en los catálogos de la Comunidad, pero sí en el “libro de la vida”. Estos son los santos de la “puerta del lado” en expresión del Papa Francisco.
La Iglesia ha elevado al honor de los altares, a 65 de nuestros hermanos de la Congregación de la Misión. Nunca escatimaron esfuerzos, luchas y sudores para llevar la Buena Nueva a los pobres. Bástenos decir que en cada siglo encontramos brillantes aureolas: en el XVII el sol resplandeciente del Fundador, en el XVIII los mártires de la Revolución Francesa, en el XIX Clet, Perboyre, De Jacobis, Durando, y en el XX el ejército de los españoles con el Velasco a la cabeza, y en el XXI la aureola nos espera a nosotros, a ti y a mí…en definitiva, creo que no nos interesa esto, sino seguir el camino de Jesús y hacer cada día su voluntad, realizando así su querer: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2,10).
Preguntas:
- ¿Conservo en mi vida la llama del amor primero que me trajo a la Comunidad?
- ¿Estoy dispuesto a santificarme en medio de la realidad donde el Señor me ha colocado?
- ¿Tengo la disponibilidad misionera para ir allí donde más me necesiten?
Gozos
“San Vicente de Paúl, enciende en nosotros el fuego de la caridad”
Fuego de la caridad, desde el campo a la ciudad,
como campesino o preceptor; de misionero a fundador.
La llama ardiente de tu celo, nos pone en la misión de quitar el velo
a los esclavos y a los afligidos, a quienes damos el Evangelio.
Tus hijos e hijas llevan con pasión tu heraldo,
en el firmamento luz ponderosa de tu amor nos guía
con la fuerza imperativa de amar sin miedo,
a quien sediento por la justicia corría.
En el horizonte nos invitas a fijar mirada,
amor efectivo reclaman los pobres;
que sea nuestra caridad inventiva y cimentada
para dar a Cristo en la tierra un mundo sin distinciones.
Padre de los pobres, predicador infatigable
del celo por las almas compártenos ejemplo;
para dar a los pobres testimonio fiable
que conduzcan al hombre a verdadero templo
¡El pueblo muere de hambre y se condena!
Urge llevar el pan con justicia,
que sólo por nuestro amor
los pobres nos perdonarán.
¡Oh Vicente de Paúl! Que no se halle en nosotros
un amor que sea subjetivo, ¡donativo debe ser!,
con el esfuerzo de nuestro brazos,
y en la frente el sudor, para dar a conocer al prójimo
el amor de nuestro Dios.
Misión y Caridad son las alas
que te llevaron al cielo,
a tu entrada, pobres y ricos te esperaban.
Gozosos tu hijos, mientras Cristo te coronaba
de laureles y santidad, padre y apóstol,
la Iglesia en ti se reflejaba.
Oración final al corazón de san Vicente de Paúl:
Oh Corazón de San Vicente que sacaste del Sagrado Corazón de Jesús, la caridad que tú derramaste sobre todas las miserias morales y físicas de su tiempo, alcánzanos de jamás dejar pasar a nuestro lado miseria alguna sin socorrerla.
Haz que nuestra caridad sea respetuosa, delicada, comprensiva, efectiva como fue la tuya. Pon en nuestros corazones una fe viva que nos haga descubrir a Cristo sufriente en nuestros hermanos desventurados.
Llénanos del celo ardiente, luminoso, generoso que jamás encuentre dificultad alguna en servirlos. Te lo pedimos, oh Corazón de Jesús por la intercesión de aquel, cuyo corazón no latía ni actuaba más que por impulso del tuyo. Amen
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