Cuando he tenido que dar clases sobre san Pablo, he insistido repetidamente en que la comunidad de oyentes debe escuchar las cartas como si las dirigiese a sí mismos. Se deben leer con esa intención y énfasis. Cuando la epístola llega como un simple documento histórico, los pensamientos de Pablo no encuentran un oído que los espere. Cuando parece una misiva que leemos por encima del hombro del destinatario, puede promover más curiosidad y conversación que consecuencias prácticas.
Escuche de nuevo estas palabras mientras Pablo las dirige a usted y a mí:
Y no os acomodéis al mundo presente,
antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente,
de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios:
lo bueno, lo agradable, lo perfecto.Romanos 12, 2.
La época en la que Pablo centra nuestra atención no es la Roma del siglo I, sino el mundo del siglo XXI. Insiste en que la comunidad cristiana no quede absorvida por la multitud, que sus miembros no sigan la posición o el valor de la mayoría sólo porque es la opinión o el valor de la mayoría. No, aprendemos que debemos transformar nuestro pensamiento mediante la renovación de nuestras mentes. Esta transformación sólo ocurre cuando nos abrimos a la instrucción del Evangelio y a la inspiración del Espíritu Santo. Nos enfrentamos al mundo en el que vivimos con amor y compromiso. Aceptar esta resolución no permite decisiones fáciles y puede causar problemas y desacuerdos.
Pablo quiere que sus oyentes distingan «cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto«. ¿Qué significa «distinguir la voluntad de Dios»? En el Evangelio, Jesús dice a los discípulos que seguir la voluntad de Dios para él implica sufrimiento y muerte. Pedro, sin embargo, no «lo entiende». El apóstol actúa como un «satán», ya que ofrece una tentación de evasión en lugar de un estímulo para el compromiso. La solución de Pedro a la historia de la misión de Jesús apunta al camino fácil de dejar de lado el sufrimiento y la muerte de los que habla Jesús. No busca el camino de Dios sino la evasión humana de un camino lleno de desafíos y dificultades. Jesús rechaza este pensamiento, luego se dirige a sus discípulos (y a nosotros), y deja claro: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». Este mensaje de la cruz se opone a la enseñanza de esta época, o de cualquier época. Sin embargo, nada expresa tan sucintamente el centro del discernimiento cristiano de la voluntad de Dios.
La guía de Pablo me confronta. Deseo seguir su consejo, pero siento el desafío y veo los obstáculos. Como muchos de los consejos de Pablo, no se presenta una respuesta fácil.
En primer lugar, no quiero acomodarme a esta época.
En segundo lugar, quiero transformarme mediante la renovación de mi mente.
Tercero, quiero discernir la voluntad de Dios para mí y mis comunidades.
Y en cuarto lugar, quiero valorar lo que es bueno, agradable y perfecto.
El Evangelio y los valores cristianos tienen un lugar central en la dirección que elegimos seguir en nuestros ministerios. El mensaje exige una escucha y una respuesta fiel. Quiero ser transformado en lugar de conformarme. No es una tarea fácil. Uno sólo puede esperar cualquier medida de éxito abriéndose al Espíritu Santo unido a la voluntad de indagar y dejarse guiar.
La pregunta vicentina «¿Qué debe hacerse?» ofrece un buen lugar para comenzar nuestra transformación.
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