“Dichoso el que teme al Señor”
2 Tes 3, 6-10. 16-18; Sal. 127; Mt 23, 27-32.
Recuerdo que un día, mientras jugaba a la cuerda, me resbalé sobre un montón de tierra y cuando llegué a casa mi papá, que era médico, me dijo: te tengo que lavar. Yo sabía lo que eso implicaba: tenía que abrir la herida que ya se había secado, hacerla sangrar nuevamente para dejarla limpia, no se infectara y pudiera sanar. Él siempre decía una frase que no me gustaba, pero era cierta, “dolor quita dolor”.
Esta lectura del evangelio me recordó aquel momento porque Jesús sigue hablando duro a los escribas y fariseos, que gustan de aparentar que todo está bien, pero si los ves por dentro son sepulcros blanqueados, llenos de podredumbre que termina dañando e infectando todo.
La misericordia de Dios implica también, a veces, causar un dolor que limpia y sana.
Gracias Señor porque, conforme a tu promesa, siempre estás con nosotros y luchas a cada momento por cada uno, para que las heridas sanen y podamos crecer y dar frutos. Ilumínanos con tu sabiduría y amor para poder vivir nuestra misión de profetas: anunciando tu amor, denunciando las injusticias y consolando a tu pueblo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Patricia de la Paz Rincón Limón
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