En medio del dolor y las dificultades que ha creado la pandemia, un sacerdote y un grupo de hermanas llevan fe y atienden a los enfermos con coronavirus que esperan recobrar su salud en un hospital de Lima (Perú).
El capellán del Hospital Nacional Dos de Mayo, P. Max Calderón, y seis Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl que han estudiado enfermería, arriesgan diariamente sus vidas llevando fe y esperanza a los pacientes del centro de salud.
El sacerdote, de 56 años, lleva un traje de bioseguridad con una cruz en la frente y en el pecho, y visita por día una sala COVID, donde en cada una de ellas lo esperan 20 pacientes que no ven a sus familias desde hace varias semanas.
En un reportaje del programa televisivo Punto Final, el P. Calderón de 56 años indicó que su labor es escuchar a los enfermos y señaló que diariamente pide a Dios por sabiduría y de ser testigo del amor que el Señor tiene cada uno de sus hijos.
El sacerdote es capellán del hospital desde hace 25 años y durante este tiempo de pandemia ha tenido que presenciar la muerte de más de 20 personas en un solo día.
Según el Ministerio de Salud (MINSA), Perú ha registrado hasta el 2 de agosto más de 400.000 casos de contagio por coronavirus y más de 19.000 fallecidos por el virus.
«Día a día, para mí particularmente, es un reto el tener que enfrentarme al dolor de mi hermano, al dolor de aquella persona que, como yo, vive una experiencia de vida distinta», señaló el sacerdote.
En el patio del hospital, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl atienden a los pacientes y sus familiares que pasan la noche en las carpas de contingencia, que fueron instaladas para poder recibir a la gran cantidad de enfermos que llegan al centro de salud buscando ayuda.
«Antes de ser enfermera, primero soy hija de la caridad, porque nuestro carisma es el servicio a Cristo en los pobres, por eso yo veo en cada paciente el rostro de Jesús», indicó la licenciada en enfermería, sor Casimira, a Punto Final.
Las hermanas viven en el hospital del centro de la ciudad las 24 horas del día y han creado iniciativas para dar ayuda a los enfermos, como es el botiquín de medicamento gratuito y el bazar donde regalan ropa a aquellos que lo requieren.
«Nos ha pasado que en la noche nos hemos despertado porque alguien gritaba en emergencia —indicó sor Vilma—. Ese grito del enfermo nos hace estar alerta también a nosotras”, agregó.
Las hermanas también llevan comida y atienden a los familiares que acompañan a los enfermos en las carpas mientras esperan que se desocupen camas en el área de hospitalización.
A pesar de estar dentro del grupo de riesgo, sor Ana y sor Pilar permanecen en el hospital llevando ayuda a los que lo necesitan. Ellas indican que no tienen miedo a contagiarse pues junto a los trajes de bioseguridad tienen la protección de Dios.
«Teniendo ya al Señor a nuestro lado no hay miedo, al contrario, da más ánimos para seguir adelante», indicó una de las religiosas.
Fuente: https://www.aciprensa.com/
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