Jesús es un hombre para los demás. Por lo tanto, no puede sino responder a las necesidades ajenas. Ser su discípulo es seguir su ejemplo.
Las gentes no quieren dejar a Jesús en paz. Seguramente, lo toman por alguien capaz de responder a sus necesidades.
Y no se defraudan los que se acogen a Jesús. Pues se compadece él de ellos y no vacila en responder a sus necesidades. No importa que le resulte imposible ahora realizar su deseo de paz. Antepone él, pues, las necesidades de los demás a las suyas.
Deja, sí, Jesús a Dios por Dios, por así decirlo, y cura a los enfermos (SV.ES IX:297). Y aunque tarde, todavía no cesa de responder a las necesidades de los demás.
En primer lugar, hace caso él de la preocupación de los discípulos. Éstos le sugieren que la gente vayan a las aldeas y se compren comida. Según ellos, pues, responder a las necesidades de la gente es dejar que cada uno sea responsable de sí mismo. Y no falta de razón tal sugerencia. Pues cada uno tiene que llevar su propia carga (Gal 6, 5).
Pero Jesús no se pone de acuerdo. Les dice: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Quiere él responder mejor, en segundo lugar, a una necesidad más de la gente.
Responder al hambre de forma radical.
Jesús, sin embargo, no se contenta con responder a una necesidad que le afrenta. Es que ve él el «cuadro grande». Es decir, no solo ve la necesidad; entiende también la raíz de ella. Y busca él, claro, arrancar de raíz el problema.
Pero comienzan Jesús y sus discípulos con nada más que cinco panes y dos peces. Pronuncia él la bendición sobre ellos, parte los panes y se los da a los discípulos. Éstos, a su vez, se los dan a la gente. En seguida, bendice Dios ese comienzo pequeño (véase SV.ES II:263). Pues comen y se sacian más de cinco mil, y les quedan todavía doce cestos de sobras.
No se nos dice cómo logran comer hasta saciarse tanta gente. Ni se menciona que se multiplican los panes y los peces. Solo se nos muestra que erradicar el hambre supone la colaboración y la compartición; el «yo-ísmo» no soluciona nada.
Responder, pues, al hambre de forma radical quiere decir estar y trabajar juntos nosotros y compartir lo poco que tenemos. Si escuchamos atentos a Jesús, comeremos bien. Y nada, nadie, será un desperdicio. El hambre, pues, en vez de apartarnos de Cristo y unos de otros, llevará a mayor comunión.
Jesús, sí, nos quiere ver solidarios y saciándonos de una comida compartida. Como en un pícnic, en el que nos sentamos juntos en la hierba.
Señor Jesús, no dejas de responder a nuestras necesidades, y es por eso que nos das de comer y beber. Haz que tu ejemplo nos impulse a hacer también lo que tú haces con nosotros.
2 Agosto 2020
18º Domingo de T. O. (A)
Is 55, 1-3; Rom 8, 35. 37-39; Mt 14, 13-21
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