Al ingresar al templo de la Parroquia de Nuestra Señora de Las Victorias, ubicada en la esquina de Paraguay y Libertad, del Porteño Barrio de Recoleta, Ciudad de Buenos Aires (Argentina), nos sorprende una tumba con la inscripción: «Antonio Solari, Siervo de Dios. Una vida llena de Dios. Pasó haciendo el Bien», y sobre ella, su retrato. Y podemos preguntarnos: ¿quién fue?, ¿qué hizo?, ¿dónde está sepultado?
Antonio Solari nació en Chiávari, Italia en 1861. Su familia emigra a la Argentina cuando tenía cinco años.
La joven muerte de su padre y la enfermedad de su hermano mayor lo obligaron a encargarse del sustento de su familia; con lo que debió dejar de lado su deseo de abrazar el sacerdocio.
Vicentino de corazón, embebido del carisma redentorista, fue un entusiasta apóstol de los necesitados, ejemplo de fe afectiva y efectiva en Cristo vivo, vivificante y vivificador.
Buscó a Dios allí donde iba a encontrarlo: en los pobres, los obreros, los estudiantes, los presos, los profesionales y a su vez, al reconocerlo y escucharlo, en todos los que lo buscaban.
En 1883 arribaban a Buenos Aires los primeros Padres Redentoristas y el Señor Arzobispo le encomendó a Solari que los ayudara a ubicarse, y encontró para los sacerdotes de San Alfonso en Las Victorias, que conformaba parte del terreno de propiedad de la Damas de la Caridad de San Vicente de Paul.
En esta parroquia que enseguida se impregnó del espíritu redentorista. Antonio hizo su apostolado durante 64 años, hasta su muerte.
Todos los que lo conocieron quedaron admirados por su bondad, buen ánimo, generosidad hasta el extremo, humildad y paciencia asombrosas que le granjearon fama de santidad en vida.
Fue empleado judicial y a la vez, el Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Federico Aneyros, le ofreció la Colecturía de Rentas en la Curia, trabajo que desarrollo durante 54 años, época reconocida corno de esplendor para el Arzobispado. También fue el protesorero del XXXII Congreso Eucarístico Nacional de 1934. del cual participó Monseñor Eugenio Pacelli, posteriormente Su Santidad Pio XII, quien sentía admiración por Antonio Solari y le llamaba «el santo de saco y corbata».
Ayudaba a los pobres en todas partes, extrayendo dinero de «su bolsillo inagotable». Fue fundador y presidente de la Conferencia Vicentina Nuestra Señora de las Victorias y de varias decenas más de Conferencias Vicentinas.
Nuestro querido Presidente de Consejo Superior, hermano Carlos Bado, tuvo la dicha de conocerlo y tratarlo, y siempre nos relata: «…con los jóvenes vicentinos y otros feligreses, nos deteníamos a una prudente distancia, solo para ver ese milagro que sucedía cuando sacaba monedas del bolsillo de su chaleco, con cada moneda que daba al pobre, le brindaba una pequeña y respetuosa catequesis, muchas veces sacaba monedas por casi dos horas, era algo increíble, eran milagros los que sucedían».
El vicentino Antonio cautivaba con el Evangelio hecho vida a jóvenes y mayores, a pobres y a ricos y junto a jóvenes profesionales y reconocidas personalidades de la cultura porteña, visitaba a los pobres semanalmente en sus hogares.
Humanamente podemos decir que el vicentino Antonio era de bajo perfil por su sencillez en el trato, pero lleno del Espíritu Santo cuando convocaba a jóvenes de las calles y plazas para recibir la catequesis de iniciación, junto a quienes formó la Asociación de Jóvenes Cristianos.
Conocedor de los nulos beneficios sociales de los trabajadores, conversaba con ellos y junto al sacerdote Redentorista Federico Grote fundó la mutual para operarios, conocida como los Círculos Católicos de Obreros. Su gran amor por nuestra Madre lo motivó a fundar también la Archicofradía de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Este incansable laico era capaz de dar ocupación a toda la comunidad.
Por su corazón vicentino cuidaba la vida de todos sin distinción: enseñando catequesis a los presos de la Cárcel Correccional; ocupándose de enseñarles a leer y escribir a los obreros en clases nocturnas, colaborando con la obra de Matrimonios Cristianos, colaborando en la fundación de asilo para familias de obreros inválidos, colaborando en la construcción de un oratorio en el barrio de Belgrano.
De todas estas obras, este Siervo de Dios era dirigente y colaborador eficaz hasta el extremo.
Enardecía a los miembros de la Conferencia Vicentina con su palabra cálida y vibrante y era para todos un espíritu de entrega: visitando enfermos, moribundos, legalizando y regularizando Matrimonios.
Fue promotor de grupos de oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Fue tal su amor al Señor y su necesidad de anunciarlo de distintas maneras que acompañó en descubrir la vocación sacerdotal de varios jóvenes que, con su sostenida amistad, Antonio cuidó con ternura, oración y cercanía y llegaron a ser sacerdotes para los pobres.
El vicentino Antonio Solari falleció en Buenos Aires el 14 de julio de 1945.
Fue sepultado en el metropolitano cementerio de la Recoleta.
Dejó tal fama de hombre de Dios, que a su muerte la Sociedad de San Vicente de Paúl, la Congregación Redentorista, feligreses de todos lados, sacerdotes, religiosas, y sobre todo sus queridos pobres, sus Amos y Señores, pidieron con insistencia a las autoridades estatales que su morada definitiva fuera en la Parroquia Nuestra Señora de las Victorias.
Los Vicentinos y muchos que lo conocieron pidieron a la Iglesia que estudiara su vida y sus ejemplos, por si Antonio Solari fuera digno de ser imitado, venerado e invocado por el Pueblo de Dios.
Pidamos al Buen Dios con humildad la pronta Beatificación del vicentino Antonio Solad y su intercesión por nuestro servicio vicentino.
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