Las celebraciones litúrgicas del pasado fin de semana me han interpelado. Cada día condujo mis reflexiones en un camino paralelo, pero diferente. Todas ellas requerían una evaluación sobre la situación actual de nuestro país.
El domingo escuchamos el Evangelio en el que Jesús invita a sus hermanos y hermanas afligidos a acercarse a él. Escuchen de nuevo:
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Cargad con mi yugo y aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón,
y encontraréis vuestro descanso.
Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
El contenido de las noticias deja claro cuán grande es la carga que tanta gente acarrea. Sabemos, en particular, cómo el coronavirus ha traído preocupación y enfermedad a las familias de los quie menos preparados estaban para sus efectos. Estas personas son, a menudo, a las que acudimos para proveernos de servicios esenciales para nuestras necesidades básicas. Se requiere poca imaginación para reconocer las dificultades que soportan, aumentadas por las acciones y actitudes raciales que abusan de ellos como personas.
El sábado, Día de la Independencia en los Estados Unidos, reconocimos y agradecimos las bendiciones de la libertad y los derechos constitucionales que describen nuestra herencia. Sin embargo, no todos comparten por igual estos dones. Algunas personas siguen sintiendo la carga de ser ciudadanos sin acceso equitativo a beneficios como la libertad de movimiento, atención médica, vivienda adecuada y salarios. Continúan sintiendo los efectos de las enfermedades que afligen, no sólo a nuestros cuerpos, sino también a nuestra alma nacional. Para ellos, la reivindicación de independencia e igualdad de derechos sigue siendo esquiva y extraña.
Finalmente, el viernes se celebró la Fiesta de Santo Tomás. En el Evangelio del día, el apóstol habla de la presencia del Señor crucificado:
«Si no veo en Sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en Su costado, no creeré».
Cuando el Señor vivo se presenta en medio de ellos, le ofrece a Tomás la oportunidad de hacerlo. La historia de Tomás me fascina. Creo que su propósito no es tanto recordar la incredulidad de Tomás, como enfatizar la presencia física del Señor resucitado. La historia nos recuerda que Jesús permanece entre nosotros de una manera que nos permite verlo y tocarlo. Y nos invita a hacerlo. Experimentamos esta cercanía en la Eucaristía, pero también en la familia humana que revela el Cuerpo de Cristo. Podemos ver, oír y tocar a nuestro Señor cuando nos servimos los unos a los otros. Las separaciones del momento actual nos llaman a ser conscientes de esto y esforzarnos en hacerlo realidad.
Cada reflexión de este fin de semana me llevó de regreso a nuestra realidad. La liturgia y las noticias se desafiaron mutuamente. La lección de Tomás sigue siendo válida para mí, también; la libertad de la que disfruto pertenece a todos los ciudadanos (y a otros); mis esfuerzos pueden disminuir el yugo que la gente soporta diariamente. Las lecciones de nuestra fe siguen resonando en nuestro mundo. Nuestra oración encuentra expresión en nuestra vida diaria.
gracias por sus comentarios. Estos tiempos nos cuestionan mucho, pero tenemos que hacer a un lado estos pensamientos pues es tiempo propicio para que el demonio nos ataque. Necesitamos más reflexiones vicentinas para poder seguir adelante en esta crisis pues no solo que no recibimos el sacramento por falta de la misa presencial, pues ciertamente la misa virtual ayuda y hay sacerdotes cuya homilías son realmente enriquecedoras. Por eso, gracias por compartir estas reflexiones que tanto necesitamos.