Al igual que su Padre, Jesús hace justicia a los afligidos y defiende el derecho de los pobres. Con todo, les procura otro Defensor.
Jesús conforta a los suyos. Están tristes, pues se despide él de ellos. Y sienten que se les viene encima una desgracia. ¿Se le herirá al pastor? Sin su defensor, ¿qué será de las ovejas?
Los discípulos, sí, huirán, cada uno a su casa y vida de antes; abandonarán al Maestro. Pero él no los dejará solos. Siempre permanecerá fiel incluso a los infieles, pues no puede desmentirse a sí mismo (2 Tim 2, 13). Pedirá él al Padre que les dé otro Defensor.
Los discípulos, entonces, no quedarán nunca indefensos como lo son las viudas, los huérfanos y los forasteros. Es que, aunque se marcha Jesús, volverá por medio del Espíritu Santo. No lo recibe el mundo, porque a él no se le puede ver y conocer del modo del mundo.
En cambio, los discípulos lo conocen, porque mora con ellos y está en ellos. Significa esto que hay sintonía entre ellos y el Espíritu Santo. Por tanto, lo perciben y lo reciben.
El Espíritu Santo es más que el llamado para ser Defensor de los indefensos.
La presencia del otro Paráclito, Abogado o Defensor, significa efectivamente la presencia de Jesús. Revoca él a Jesús, lo vuelve a llamar, hacia el centro. Así, el Maestro estará de nuevo en medio de sus seguidores. Recoge para ellos las palabras de Jesús para que se acuerden de ellas y las hagan.
Realmente, el Espiritu Santo es el corazón y el alma del propio ser de Dios. Dios lo envía para estar muy cerca de los suyos. Y por él, derrama Dios su amor en los corazones de ellos (Rom 5, 5), para que allí glorifiquen a Cristo.
Ese amor, además, los apremia a amar a Dios y a amarse unos a otros. Pero no tanto de palabra, cuanto a costa de sus brazos y con el sudor de su frente (SV.ES XI:733). Y con el amor inventivo de Jesús, del que brota la Eucaristía (SV.ES XI:65) por la efusión del Espíritu.
Debido a que Dios lo derrama, el amor suprime el egoísmo. No tiene nada en común, pues, con el nacionalismo ni con la inquisición. Ni ambiciona la riqueza ni el poder. Es, más bien, solidario especialmente con los que están en Samaria, con las mujeres, es decir, con los que están fuera. Con los que no encuentran defensor en el mundo de venta, compra, consumo.
Tal es el amor de que habla san Pablo en 1 Cor 13, 4-8.
Señor Jesús, justo, intercedes por los injustos. Tú eres, sí, nuestro Defensor. Pide al Padre que nos dé el otro Defensor que nos haga veraces. Que no nos contemos entre los mentirosos; dicen que conocen a Dios, pero no guardan sus mandamientos.
17 Mayo 2020
6º Domingo de Pascua (A)
Hch 8, 5-8. 14-17; 1 Pd 3, 15-18; Jn 14, 15-21
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