“Si me conocieran a mí, conocerían también al Padre“
Hech 13, 44-52; Sal 97; Jn 14, 7-14.
Conocer a Jesús, es una tarea que se emprende todos los días, acercándonos a la oración y a la escucha de su palabra. Y no podemos dar a conocer a Jesús si antes no lo hemos conocido, ¿quién va a convencer a otros del amor de Dios, si antes él no está convencido? Tenemos que depender de la comunión con Dios. Si no permanecemos con Jesús, jamás podremos hablar en su nombre ni actuar como él.
Un día Santo Tomás de Aquino visitó a San Buenaventura.
–Quiero que me hagas un favor –le dijo–, necesito que me enseñes tu biblioteca; quiero ver qué libros lees, porque te oigo hablar tan bien, que quiero saber de qué fuente bebes.
San Buenaventura lo llevó a su celda, corrió una cortina y tras ella estaba un reclinatorio frente a la imagen de Jesús crucificado. Mirándolo fijamente a los ojos, le reveló:
–Aquí está la fuente de mi sabiduría. Esta es mi biblioteca, donde aprendo todo lo que enseño.
Por eso, los demás podrán acercarse a la fe y al amor a Jesucristo, si vivió mi fe con alegría y busco trasmitirla con el testimonio de mi vida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor Elizabeth Sánchez Rangel, H.C.
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