“¡Señor, ayúdame!”
I1 Re 11,4-13; Sal 105; Mc 7,24-30.
El encuentro de Jesús con la mujer Cananea es sorprendente. Es una mujer extranjera, de otra raza y de otra cultura. Una mujer atrevida que reta a Jesús para arrancarle dos milagros: Una fe fuerte y la curación de su hija. El encuentro con Jesús fue un camino de fortaleza de la fe de aquella mujer, porque junto a Jesús florecieron en ella la fe, la humildad, la perseverancia. Jesús le permite que insista y así, la mujer va creciendo en su fe.
Ella es un ejemplo de cómo derribar fronteras. Cuando hay fe, amor y conciencia de la propia pobreza, el amor no se rinde y se vuelve infinitamente inventivo. Sin embargo a falta de amor vienen las barreras, los muros para no ser molestados con las necesidades del prójimo. Así le dirán los discípulos a Jesús, Señor despídela para que no venga gritando. Una solución muy fácil y cómoda. Hay tantos pobres que buscan sobrepasar el muro de la pobreza, y nosotros, con nuestros miedos, buscamos defender nuestros territorios personales y evitar ser incomodados.
Como aquella mujer, también nosotros estamos necesitados de Jesús. No se necesitan muchas palabras, basta lo que ella dijo: ¡Señor ayúdame!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
P. Benjamín Romo cm
Así debemos nosotras tratar al necesitado que nos pide no cuestionarlo por su aparencia. Si piden es por que lo necesitan y debemos dar sin juzgarles.