“El justo brilla como una luz en las tinieblas”
Is 58, 7-10; Sal. 111; 1 Cor 2, 1-5; Mt 5, 13-16.
La sal es la metáfora perfecta para nuestra Iglesia, ya que así como ella es capaz de impregnar y dar sabor a los alimentos, también Jesús nos invita a transformar el entorno en el que nos encontramos de forma que la vida de las personas cobre sentido y tenga el sabor que se propaga por la práctica de los valores del evangelio.
A veces seremos pocos en número, pero no importa. Del mismo modo que unos pocos granos de sal pueden hacer una gran diferencia en la comida, también unos pocos pueden hacer la diferencia en su entorno. Los cristianos estamos llamados, como la sal, a darle sabor a la vida nuestra y la de los demás. Y el sabor sólo nos viene de estar como el sarmiento unido a la vid, nuestra vida unida a la vida de Jesús.
Por otra parte también nuestra luz viene de nuestra relación con Cristo. Nuestra luz no es nuestra, sino el reflejo de la luz de Jesús. Se trata de no buscar ser luz por nosotros mismos, sino un bello reflejo de la luz que es Jesús. Jesucristo quiere que seamos luz, todos brillando –¡mil puntos de luz, un millón de puntos, un billón!–. Se trata de iluminar al mundo con nuestras obras, con el testimonio de nuestra propia vida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
P. Benjamín Romo cm
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