Entrar en las escenas del evangelio es un método de oración probado por el tiempo. ¿Qué pasaría si usted se ubicara en una plaza galilea del primer siglo y estuviera de pie allí, con Juan el Bautista viendo pasar a una multitud? Un joven de Nazaret pasa por allí y nadie ve nada excepcional. Pero Juan se alegra de la presencia de Jesús y se da cuenta de que aquí hay algo más. ¿Qué hay de diferente en la perspectiva del Bautista que le abre a ese «extra» en Jesús, a ese algo de Dios que la mayoría de los demás no descubren?
Como lo ve el escritor del evangelio, la diferencia es que Juan se abre al Espíritu, el Espíritu Santo. Su receptividad al movimiento del Espíritu Divino le permite ver a la propia persona de Dios de pie delante de él. Este Espíritu Santo, el mismo que se cernía sobre las aguas al principio de los tiempos y el que se entregó de nuevo en Pentecostés, camina todavía con nosotros. Es el Espíritu de Dios el que nos permite, como Juan el Bautista, ver la actividad divina dentro y alrededor de nosotros. La apertura ante el Espíritu Santo nos sensibiliza a las diferentes invitaciones que Dios nos hace a lo largo de la vida. ¿Cómo se podría reconocer esta sensibilidad hoy en día?
Conozco a una mujer que pasaba regularmente por delante de una señal que anunciaba la Sociedad de San Vicente de Paúl local. Sólo otro cartel de tantos, sus palabras, «ayuda a tu prójimo», comenzaron a llamar su atención. Últimamente había dedicado un poco de tiempo extra a la oración privada y recientemente se había sentido conmovida por la gran contribución a la caridad que había hecho uno de sus suegros. A lo largo de las semanas que pasaban, una idea comenzó a formarse: ¿podría haber algo con lo que ella pudiera contribuir, tal vez a través de esta Sociedad de Vicente de Paúl? Este gran anuncio, que al principio era sólo un anuncio de carretera más, empezó a tener un significado personal, empezó a despertar una cierta intuición interior. Se podría decir que empezó a llamarla. Ella hizo averiguaciones… y finalmente llegó a unirse al trabajo de la Sociedad.
Los seguidores de Jesús atribuyen al Espíritu el mérito de estar detrás de su inspiración. Reconocerían este toque de la mano de Dios tanto en su interior como en los caminos de su vida. El Espíritu Santo hace tales cosas: abre los ojos a los lugares donde Dios está llamando, abre los corazones a las invitaciones de gracia que llegan a través de la vida diaria. Respondiendo a la presencia de Dios en Jesús ese día, Juan el Bautista da testimonio de ello.
El Espíritu de Dios siempre se mueve a través de la creación y a través de los corazones humanos. Pero hay cosas que podemos hacer que nos hacen más receptivos a esos movimientos, tales como reunirnos un domingo para adorar con nuestros compañeros creyentes o dedicar diez minutos al día a la oración privada. Leer y discutir sobre nuestras creencias cristianas aumenta nuestra sensibilidad al Espíritu. Hacer algo desinteresado o ir con un impulso generoso son cosas que nos alertan de las invitaciones de Dios. Tener una mente para ayudar al prójimo necesitado, al lado o al otro lado del océano, nos abre a estas inspiraciones alimentadas por el Espíritu.
El evangelio nos dice cómo Jesús recibe el Espíritu de Dios. En nuestro credo, profesamos algo más: que Él comunica su Espíritu, envía su propio Yo a nuestras vidas diarias. Siguiendo el ejemplo de Juan el Bautista actuaríamos de manera que nos expusiera a este Espíritu y aumentara nuestra capacidad de notar que Dios pasa justo delante de nosotros.
Marin Luther King, Jr. escribió una declaración memorable sobre el riesgo de creer: «Fe es dar el primer paso, incluso cuando no ves toda la escalera». Cuando alguien sale de un camino tan precario, el movimiento del Espíritu se muestra una vez más.
Excelente, gracias por las reflexiones, Dios los bendiga!!!