Jesús, nuestro Salvador, es Enmanuel, «Dios-con-nosotros». En él y por él, nos acompaña y nos ayuda el Dios que es siempre fiel y veraz.
Ajaz, rey de Judá, se estremece frente a los ejércitos conjuntos de Siria e Israel. Pero no acepta él la ayuda que Dios le ofrece, pues rehúsa hacer lo que Dios quiere. Insiste en no pedir a Dios una señal. No busca prueba alguna que demuestre que Dios está dispuesto a darle ayuda y salvar la casa real de David. Prefiere Ajaz que la ayuda venga de Asiria.
Pero Dios es fiel a la palabra que dirigió a David (véase Sal 89). Por eso, da a Ajaz de todos modos una señal de que la ayuda está en camino. Y la señal, según el relato de Mateo, se cumple al concebir María a Jesús y darle a luz.
Jesús, sí, es la señal de ayuda, cual ayuda hace que la casa de David dure para todas las edades. El Salvador da plenitud a la ley y los profetas. En otras palabras, nada puede impedir a Dios ser veraz y fiel a sus promesas por sus profetas en las Escrituras Santas. La luz de Dios penetra incluso la oscuridad total. Dios nos cuida a nosotros y nos ayuda aun cuando nos parezca que todo lo que somos o tenemos está a punto de perecer (RCCM II:2).
Y la presencia de Dios por medio de Jesús nos da mayor esperanza. Pues este rey e hijo de David viene manso y humilde en nuestra ayuda. Por tanto, pasa enseñando, proclamando el Evangelio del reino y sanando toda clase de enfermedades y dolencias. De verdad, está con nosotros para servir y para entregar su cuerpo por nosotros y derramar su sangre para el perdón de los pecados.
En Jesús, Dios se ha hecho hombre para estar con nosotros, lo que nos ayuda a tratarnos unos a otros debidamente.
Dios se ha hecho hombre. Quiere decir esto que darles a los hombres lo que les corresponde por derecho es darle a Dios lo que le corresponde por derecho. Esto significa también que honrar y respetar a los hombres es honrar y respetar a Dios. Por eso, los que se abusan de cualquier humano, en efecto, se oponen a Dios.
«Dios-con-nosotros» nos enseña además que no debemos mirar tanto hacia arriba que no logremos ver a Dios al pasar él a nuestro lado. Muy cerca de nosotros. Para encontarnos con Dios, no es necesario que subamos al cielo o bajemos al abismo. Está Dios con nosotros en la persona de todo hombre, especialmente en la persona de los pobres. Solo necesitamos así confesarlo con la boca y creerlo así con el corazón. A su vez, Jesús será fiel a su promesa. Es decir, los que prestan ayuda a los más pequeños hermanos y hermanas de él se contarán entre los bienaventurados en su reino.
Señor Jesús, danos las luces de la fe que nos sirvan de ayuda para que te veamos en los pobres (SV.ES XI:725). En aquellos que están en las periferias, en los abandonados, despreciados y desatendidos por la sociedad.
22 Diciembre 2019
Domingo 4º de Adviento (A)
Is 7, 10-14; Rom 1, 1-7; Mt 1, 18-24
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