A veces ves algo que captura tu imaginación y se mantiene en tu pensamiento por un tiempo. Eso me pasó recientemente.
La Sociedad de San Vicente de Paúl en Australia está llevando a cabo un programa a favor de los que pasan hambre. Es un llamamiento de Navidad. Crearon un póster sencillo que retrata a un niño con una mirada de desamparo, sentado frente a un cuenco. A un lado, uno lee: «Mamá no comió anoche para que yo pudiera». El mensaje implícito cautivó mi corazón. Sentí su verdad absoluta. Muchas otras peticiones legítimas de ayuda son evidentes en este momento, pero no he podido olvidarme de ésta. Para mí, el póster me llevó a varias reflexiones.
En primer lugar, la idea de que un padre se niegue sus propias necesidades por el bien de un hijo es indudable. Puedo imaginar la disposición de mi propia madre a negarse a sí misma a fin de proporcionar un alimento necesario para uno de mis hermanos o hermanas o para mí mismo. Considerar que un padre pobre ofrecería este sacrificio de «no hay más grande amor» parece no sólo posible sino también probable. Toca mi alma («¿Puede una madre olvidar a su hijo, estar sin ternura por el hijo de su vientre?» [Is 9,15]).
Segundo, me imaginé la mirada en la cara del niño como si estuviera expresando una mezcla de amor y culpa. Incluso un niño puede saber que recibe un trato especial. Mamá y papá no comparten la comida con ellos. Percibo que, de alguna manera, el niño sabe que mamá y papá deben tener hambre porque él o ella mismo tiene hambre. La conciencia que él/ella está recibiendo, a costa de un ser querido, no puede ser ignorada. Uno se da cuenta de la pérdida de peso, energía y resistencia.
Tercero, la comida que se ofrece al niño es modesta, la cantidad pequeña y la calidad mediocre. El niño, sin embargo, no está en situación de negarse o quejarse. La necesidad de comer algo supera cualquier queja o mezquindad. Me imagino al niño comiendo rápida y atentamente mientras los padres observan y se preguntan cómo conseguir la siguiente comida.
Puedo contarme a mí mismo otras historias sobre esta situación familiar. Ya ves cómo esta situación se ha apoderado de algunos de mis pensamientos en estos días.
Todos estos pensamientos me llaman a una mayor generosidad. Describir la bienaventuranza de mi situación y la falta de necesidad en mi vida no requiere ningún esfuerzo y puede ser vergonzoso si lo comparamos con la insuficiencia real en la vida de tantos de mis hermanos y hermanas. Cuando las necesidades de un niño entran en escena, el contraste se vuelve insoportable. La forma en que esta situación se resuelve a menudo en una familia deja pocas dudas.
La virtud de la generosidad reside profundamente en nuestro carisma vicenciano. Rezo para que yo/nosotros podamos escuchar su clara llamada en estos días.
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