«Impulsos» (Lucas 19,1-10)

por | Nov 10, 2019 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

«Pureza de intención» es una expresión que aparece a menudo en escritos religiosos. Significa que cuando actúo para Dios y para el pueblo de Dios, mi motivación debe ser principalmente para el bien del otro, en oposición a motivaciones egoístas y de autopromoción. Por ejemplo: dono a una organización benéfica para ayudar a las personas, no para endeudarlas conmigo o hacer brillar mi reputación. Pero una intención 100% pura, como todo el mundo sabe, es difícil de conseguir. ¿Qué hay de las buenas acciones por razones que son neutrales o mixtas? ¿Figuran estas motivaciones mezcladas y grises en la vida cristiana?

Es una pregunta que aparece en la historia de Zaqueo, el hombrecito que subió al gran árbol para ver a Jesús. Era un buscador, abierto a lo que podría pasar si pudiera ver a este predicador errante del que todos hablaban. No especialmente religioso, tenía curiosidad por saberlo: así que sube al árbol. Jesús se fija en él, situado arriba entre las ramas, lo mira a los ojos y luego se auto-invita a entrar en la casa de Zaqueo. Y el resto es historia, o mejor dicho, historia de salvación.

La historia sigue un patrón: sigue una inclinación mayormente neutra y por eso, se abren horizontes. Sientes el impulso de hacer algo relacionado con la fe y la persigues. En la esfera de lo devocional pudiera ser la lectura semanal de la Biblia o tomar 5 minutos para orar, antes de ir a dormir. En el ámbito personal, hacer un esfuerzo extra para reconocer las buenas intenciones de alguien que te molesta. O a nivel social, participar en una campaña para mejorar el medio ambiente. Sentiste la necesidad de actuar de una manera más generosa y te pusiste manos a la obra. Y cuando lo hiciste, una nueva realización se hizo realidad. Aquel libro espiritual que escogí resultó contener más sabiduría de la que pensaba; aquellos pequeños diálogos diarios con Dios me consolaron de maneras sorprendentes; aquel acercamiento a un vecino angustiado ha ablandado algo dentro de mí.

Un ejemplo de ello: conozco a una mujer consideraba unirse a la Sociedad de San Vicente de Paúl en su parroquia. Sabía que ayudaba a las familias necesitadas, pero no se fiaba —e incluso tenía un poco miedo de conocer a la clase de gente a la que servía el grupo—; aún así, siguió su impulso y se unió. De los contactos cara a cara en las visitas a los hogares, creció su compasión por los desposeídos de su ciudad. La gente necesitada, que al principio le aterraba, le reveló su bondad así como su valor para seguir adelante en la vida. «A veces, cuando estoy con ellos, hasta siento que la gracia se filtra a través de ellos», se dijo a sí misma. Siguiendo este impulso, este pequeño empujón, se encontró en un mundo más generoso, tocado por la mano de Dios.

Esto es lo que puede suceder cuando, como Zaqueo en eaquel árbol, permitimos que algo nos impulse hacia el bien (de hecho, hacia algo sagrado). Al acercarnos a las situaciones con el corazón abierto, empezamos a notar los ojos del Señor que se fijan en nosotros. Al encontrarnos con su mirada, lo encontramos invitándose a sí mismo a nuestras vidas, a nuestros hogares.

Así fue con aquella mujer vacilante. Al sentir el impulso de salir de su comodidad, se movió hacia una bondad insospechada. Encontrando la dignidad y la fuerza de esta gente, pudo notar algo más en la situación: la presencia del Dios Todopoderoso.  Curiosamente, el papa Francisco usa repetidamente esta palabra, «encuentro», para describir el carácter sacramental de tales encuentros de persona a persona, a medida que revelan lo sagrado en lo cotidiano.

El patrón: permanecer abierto a los impulsos generosos y luego seguir adelante. Como el buscador Zaqueo, cuando nos dejamos empujar hacia el bien, somos más propensos a notar el cuidado de Dios por la creación y a sentir el afán del Señor Jesús por entrar en nuestros hogares. Todos hemos sentido estos indicios, estos pequeños (y grandes) aguijones para responder a la llamada del Espíritu. Que los ejemplos de Vicente, Luisa y Federico, en sus propias formas creativas, nos empujen hacia la acción del evangelio.

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