En enero de 2020, Roma acogerá el encuentro de Superiores Generales y Presidentes de la Familia Vicenciana. Continuamos con nuestra serie de entrevistas a los protagonistas, con la siguiente entrevista con el padre Carmine Arice, Superior General de la Familia Cotolenguina y de la Pequeña Casa de la Divina Providencia.
¿Cómo y cuándo tuvo lugar su fundación?
Tenemos una fecha determinante, que es el 2 de septiembre de 1827, cuando san José Cottolengo ayuda a una mujer embarazada que iba de Milán a Lyon. Esta mujer murió ante sus ojos —le habían llamado, como sacerdote de Turín, para administrar los sacramentos— después de haber dado a luz a un niño que también nació muerto, dejando así a otros tres niños huérfanos con el marido. En aquella ocasión el padre Cottolengo se preguntó: «¿cómo puede una persona creer en la Divina Providencia si tales episodios ocurren en su vida?» Resolvió la crisis que había estado vioviendo durante unos dos años diciendo: «desde ahora daré mi vida para que no se produzcan situaciones similares», y fundó la Pequeña Casa de la Divina Providencia para acoger a los enfermos que no encontraban hospitalidad en otros hospitales de Turín. Comenzó con voluntarios laicos, pero pronto fundó congregaciones religiosas de hermanas, hermanos, sacerdotes e incluso de vida contemplativa. Su obra es verdaderamente una obra total, porque es el esbozo de una comunidad eclesial en la que se vive dentro de esta comunidad carismática que se llama la Pequeña Casa de la Divina Providencia con todas las vocaciones posibles, y esta familia religiosa se ha ramificado con el tiempo en una familia múltiple con hermanos laicos del cotolengo, religiosos, religiosas, hermanas de vida apostólica y contemplativa y sacerdotes. Cada vez hay más colaboradores laicos y algunos de ellos piden pertenecer cada vez más a esta realidad. Este árbol se injerta en el árbol vicenciano y se ha extendido por todo el mundo: Italia, India, Tanzania, Kenia, Etiopía, Ecuador, Estados Unidos.
¿De qué manera esta obra refleja más el carisma vicenciano?
Creo que no se puede entender el Cottolengo si no es a la luz de la espiritualidad vicenciana, en cuyo árbol está injertado. Dos episodios: cuando Cottolengo vivió este momento de crisis, no tanto por su condición de sacerdote como por el mundo en el que vivió su ministerio sacerdotal, el canónigo Valletti, presidente de la Colegiata en la que vivió, le dio una vida de san Vicente de Paúl para que la leyera, con una motivación bastante original: como se había quedado sin palabras, le dijo: «Toma esta vida y léela, para que cuando vengas a la mesa tengas algo que decir». Cottolengo era una persona muy alegre, por lo que verse examinado interiormente fue algo que impactó a todos los que le conocían. Fue precisamente la vida de san Vicente la que iluminó el episodio del 2 de septiembre del que hablaba antes y la que puso de manifiesto cómo el ministerio sacerdotal de Cottolengo iba a convertirse ahora en el de ser siervo de los pobres, es decir, en el testimonio del amor de Dios por los excluidos. El papa Francisco diría hoy «a las periferias existenciales, a los que son víctimas de la cultura del desecho».
Mas no sólo eso: todas las congregaciones que fundó fueron puestas bajo la protección de san Vicente de Paúl. El nombre completo de la obra es: «Pequeña Casa de la Divina Providencia bajo los auspicios de san Vicente de Paúl». Las monjas fundadas por Cottolengo son las llamadas Vincenzine. No se trata sólo de una nomenclatura externa, sino de una cuestión de fondo: él quería que el estilo con el que las hermanas debían servir a los pobres fuera el que enseñaba san Vicente. Los dichos de Cottolengo son esencialmente de la literatura vicenciana.
¿Cómo se está preparando para la reunión de enero de 2020 en Roma?
Con gran alegría en primer lugar. Para nosotros es una gran satisfacción esta iniciativa, que espero no sea sólo un evento aislado. Pienso que, así como Cottolengo iluminó su vida en comunión con el carisma vicenciano, así también hoy en día de la comunión entre las diferentes familias religiosas, donde cada una de ellas va a subrayar un aspecto original, también puede surgir algo nuevo. El papa Francisco, dirigiéndose a los participantes en el capítulo general de los sacerdotes de Schönstatt, dijo: «Sabéis que un carisma no es una pieza de museo, que permanece intacta en una vitrina, para ser contemplada y nada más. Fidelidad, manteniendo puro el carisma, no significa en modo alguno cerrarlo en una botella sellada, como si fuera agua destilada, para que no se contamine desde el exterior. No, el carisma no se conserva manteniéndolo resguardado; debemos abrirlo y dejarlo salir, para que entre en contacto con la realidad, con las personas, con sus angustias y sus problemas», con el oído en el corazón de Dios y la mano en el pulso de los tiempos. Espero que esta convocatoria, además de ser una oportunidad de encuentro entre las diferentes realidades y, por tanto, de conocimiento, comunión, profundización, sea también una oportunidad importante para comprender cómo los carismas vicencianos, si queremos decirlo en plural, es decir, los carismas nacidos de la intuición de san Vicente, pueden encontrarse hoy con la historia, ser hoy esa profecía que san Vicente y Cottolengo fueron para su tiempo, porque de otra manera hacemos un monumento a los caídos, es decir, hacemos una conmemoración que mira al pasado, pero no dice una palabra profética, es decir, en el nombre de Dios, hoy día. Este es un gran reto. Es importante contar lo que hacemos, pero también preguntarnos qué podemos hacer juntos por este mundo que todavía produce tantas víctimas de la cultura del descarte. Dos cosas, por lo tanto: la comunión y la relevancia de este carisma.
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