Disfruto mucho leyendo a san Pablo. A veces me sorprendo cuando miro algunas de sus cartas y me doy cuenta de que me pasé por alto algún maravilloso pensamiento o un matiz en sus enseñanzas, que era importante para él. Escribe tan hermosamente, tan cuidadosamente, y con tanto deseo de enseñar que es difícil no dejarse impresionar por estas cartas, que la comunidad cristiana ha preservado para nosotros. En su segunda carta a su protegido, Timoteo, escribe sobre su disposición a dar toda su vida por el bien de la comunidad cristiana.
Yo estoy a punto de ser derramado en libación
y el momento de mi partida es inminente.He competido en la noble competición,
he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe.
Para alguien que sufrió tanto como Pablo, hay que notar con qué paz mira hacia el futuro. Esta compostura se conecta con su voluntad de sufrir por el otro y por el Evangelio. Lo hará hasta el final.
Pablo habla de sí mismo como «derramado en libación». En los antiguos rituales religiosos, una libación es una ofrenda líquida derramada en el suelo como sacrificio. Pablo considera el trabajo que ha hecho, para promover la fe de la comunidad, como un acto santo para él y que contribuye a su crecimiento y estabilidad. No considera que sus esfuerzos hayan sido sin propósito; no corrió en vano ni trabajó inútilmente. Lo que hizo, lo hizo voluntariamente: entregó su vida libre y obedientemente. Se puede oir en esta ilustración la manera en que Pablo asocia su ministerio con la cruz. Jesús dice de su vida: «Doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo». (Jn 10,17-18).
Podemos escuchar una llamada a tener una actitud similar. Vicente lo suscita en sus amadas Hijas. La cantidad de tiempo, para él, es mucho menos importante que la profundidad de la oportunidad. Habla con la audacia típica:
«Oh, hermana, cuán consolada estarás en la hora de la muerte por haber consumido tu vida por la misma razón por la que Jesucristo dio la suya: ¡por caridad, por Dios, por los pobres!… Y qué mayor acto de amor puede uno hacer que entregarse, plena y totalmente, en su estado de vida y en su deber, por la salvación y el alivio de los afligidos». (San Vicente de Paúl a Sr. Anne Hardemont, 24 de noviembre de 1658)
La llamada a ser fieles hasta el final está en lo más profundo del carisma vicenciano. Nos llama a tenerlo profundamente arraigado en nuestras mentes y corazones. Nos convoca a la reflexión frecuente y a la petición orante. Necesita describir la manera en que elegimos derramar nuestras vidas.
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