Para profundizar sobre el tema de la justicia, vamos primero a conceptualizarla para luego analizarla en relación al pensamiento social de Ozanam. «Justicia» es una palabra con muchos significados. Se utiliza en varios sectores de la sociedad, no solo en los tribunales o en el mundo legislativo (donde se elaboran las leyes). Es innegable que la justicia es particularmente importante en el contexto actual, en el que se ven amenazados y vilipendiados los valores de la persona humana, su dignidad y sus derechos elementales.
La justicia está íntimamente relacionada con el comportamiento ético de las personas. La idea originaria de justicia acompaña al hombre a lo largo de la historia, pero adquiere características distintas en cada época. Según el concepto más tradicional, la justicia consiste en la «constante y firme voluntad de dar a cada uno lo que es suyo». Es el reconocimiento respetuoso del «otro» como persona. Parece una definición simple, pero no lo es, especialmente en la sociedad consumista y egoísta en la que estamos insertos.
Aristóteles, al discurrir sobre doctrina de la justicia, la clasificó como «la virtud central de la ética»[1]. Llegó a afirmar que la justicia era la «virtud más completa, la más importante de todas». Cicerón, otro pensador griego, destacó que el esplendor de la virtud tiene el punto álgido en la justicia y, por ella, los hombres son llamados buenos[2].
San Agustín decía que donde no hay justicia, no existe sociedad[3]. Para él, la justicia era la virtud que se realizaba, en el terreno humano, por medio del amor debido a Dios y al prójimo. La multiplicidad de formas de injusticia, según el santo, serviría para identificar la diversidad de formas de hacer justicia.
San Juan Pablo II denunciaba, con frecuencia, una incongruencia entre el discurso y la práctica. Para él, en el mundo moderno es común que se profese públicamente el amor a la justicia; por otro lado, tal virtud no se practica realmente, ante el inmenso número de injusticias cometidas en los diversos sectores de la sociedad (educación, salud, seguridad, corrupción, política, economía, trabajo, etc.).
El concepto de justicia también está muy relacionado con la cuestión de la «garantía de las necesidades» que se efectúa al asegurar las condiciones mínimas de subsistencia a todo ser humano (no solo en el aspecto material, sino también laboral, psicológico e incluso espiritual).
El concepto bíblico de justicia es poco diferente. En las Escrituras, la justicia es, ante todo, de origen divino y remite a la fidelidad a Dios. En el Antiguo Testamento, el término justicia calificaba la acción de Dios, que es justo por excelencia. El término justicia conserva el mismo significado en el Nuevo Testamento, pero en las cartas de san Pablo encontramos una faceta más enfocada en la bondad de Dios, en la misericordia y en la fe.
La idea cristiana de justicia garantiza que el amor al prójimo no se encuentra en un ambiente de competición, ni en uno mismo (egocentrismo), sino que el verdadero amor consiste en amar a los demás. Por lo tanto, vivir justamente significa amar a nuestros semejantes de tal manera que les ayudemos a vivir dignamente, permitiéndoles amarse a sí mismos, amar a sus semejantes y amar a Dios.
El origen del término «justicia social» se remonta al siglo XIX, en contraposición a los excesos del capitalismo liberal, que reducía al ser humano a una mera pieza de repuesto industrial. Ozanam fue uno de los precursores de la Doctrina Social de la Iglesia al denunciar la falta de respeto e incumplimiento de los contratos de trabajo, además de las condiciones precarias de la vida urbana moderna.
Una frase célebre de Ozanam ya apuntaba las líneas del pensamiento de aquel hombre santo y visionario. Federico Ozanam decía que «la justicia supone mucho amor»[4]. La práctica del amor, de la caridad y de la justicia, en la espiritualidad vicentina, se manifiesta en la defensa de las causas de los pobres, en la lucha por la justicia social y en la incansable búsqueda de la dignidad de la persona humana. Dicho de otra manera: es imposible, para un vicentino, hablar de justicia sin tener en cuenta el amor, que representa la base de la acción humana.
Esta frase de Ozanam llama la atención por la prioridad que él daba, en aquella época, a la construcción de la justicia en la sociedad: la lucha contra el hambre, los salarios indecentes de los trabajadores, la falta de derechos sociales básicos —como la jubilación o vacaciones—, las precarias viviendas ubicadas en las periferias de París, entre tantos otros desafíos. La realidad vivida por Ozanam es la misma que la que viven las Conferencias Vicentinas en el tiempo actual. Y la indignación de Ozanam, al enfrentar tales dificultades, debe ser, también hoy, nuestra indignación.
Federico Ozanam entendía que la lucha por la justicia era también un acto de caridad y de amor hacia aquellas personas que sufrían todo tipo de opresión; es decir, quien se ocupa en implantar la justicia en la Tierra está practicando el amor. Ya nos dijo nuestro Señor Jesucristo: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia»[5].
Trabajemos firmes para alcanzar la justicia social, pero nunca olvidemos llevar la Palabra de Dios a nuestros hermanos que más sufren, los excluidos, vulnerables y agraviados.
Notas:
[1] En su obra Ética a Nicómaco.
[2] Cf. Marco Tulio Cicerón. De Officiis, libro II, cap. XI: «Esta superioridad del alma inspira una gran admiración, y especialmente la justicia, esa virtud por excelencia, que da su nombre a los hombres de bien, es admirable, muy particularmente a los ojos de la multitud; y no sin razón, pues no puede ser justo el que teme la muerte, el dolor, el destino, la pobreza o el que antepone a la equidad lo contrario».
[3] Agustín de Hipona, La ciudad de Dios, XIX, cap. 23: «Donde no se dé la justicia que consiste en que el sumo Dios impere sobre la sociedad y que así en los hombres de esta sociedad el alma impere sobre el cuerpo y la razón sobre los vicios, de acuerdo con el mandato de Dios, de manera que todo el pueblo viva de la fe, igual que el creyente, que obra por amor a Dios y al prójimo como a sí mismo; donde no hay esta justicia, no hay sociedad fundada en derechos e intereses comunes y, por tanto, no hay pueblo, de acuerdo con la auténtica definición de pueblo, por lo que tampoco habrá política, porque donde no hay pueblo, no puede haber política».
[4] Cf. Amin de Tarrazi. Ozanam, un santo laico para nuestro tiempo, p. 35: «El orden de la sociedad reposa en dos virtudes: justicia y caridad. Pero la justicia supone mucho amor ; puesto que hace falta amar mucho al hombre para respetar sus derechos, que lindan con los nuestros, y su libertad que molesta la nuestra. Sin embargo, la justicia tiene sus límites; la caridad no los conoce».
[5] Mt 6, 33.
Renato Lima de Oliveira
16º Presidente General de la Sociedad de San Vicente de Paúl
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