Darse cuenta (Amós 6; Lc 16,19-31)

por | Oct 11, 2019 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Quizás recuerdes un canto litúrgico de hace algunos años, que decía: «Conocerán que somos cristianos por nuestro amor». El amor, aunque central, es una de esas palabras genéricas, como la paz y la buena voluntad, que se aplican en todas partes. ¿Podemos ser más específicos sobre las cosas por las cuales la gente «conocerá que somos cristianos«?

Una marca de identidad aparece en la parábola de Jesús sobre el hombre rico y el pobre mendigo, Lázaro, sentado junto a su puerta. La historia no dice que el propietario fuera malvado o que oprimiese a propósito a sus vecinos menos acomodados. Quizás tenía una reputación respetable. Pero la clave está en una de sus acciones: no se da cuenta. Pasa por alto al pobre hombre, como si fuera invisible, pasa junto a alguien necesitado.

En lo alto de la lista de marcas de identificación cristiana está la percepción de los pobres, detectando a aquellos que, por ser pobres y de bajo estado, tienden a ser pasados por alto. Marginal es un término descriptivo para ellos. Desviados hacia un lado, están en los márgenes.

Hay muchos ejemplos evangélicos en los que Jesús se da cuenta de los que pasan desapercibidos, extendiendo la mano a leprosos, a viudas y a niños. Pero un episodio en particular destaca: aquel sábado en el Templo, cuando Jesús y los apóstoles se mezclaron entre la multitud que estaba viendo a la gente poner sus contribuciones en el tesoro. Había algunos donantes grandes ese día, tipos bien vestidos echando oro y diamantes que brillaban y resplandecían al caer. Todos los ojos estaban puestos en ellos mientras caminaban por el pasillo del medio. Pero en el rincón, una viuda anciana vestida con ropas desgastadas estaba de puntillas para dejar caer sus dos peniques. Nadie, incluyendo a los discípulos, se da cuenta… pero Jesús sí. No sólo su persona, sino su generosidad, «todo lo que tenía».

Una vez más, Jesús detecta a los pobres, no sólo dándose cuenta, sino haciendo que los demás se alcen para verla. Este es otro ejemplo de Jesús exteriorizando la lección que extrae de su parábola de Lázaro: Dios tiene ojos muy agudos para los necesitados y los que están en las sombras. El salmista se hace eco de esto: «El Señor levanta a los que se inclinan. El Señor protege a los extranjeros, huérfanos y viudas» (Sal 146). Los profetas también dicen: «¡Ay de vosotros, los satisfechos y complacientes!» (Amós 6:1)

¿Significa esto que los pobres del mundo están mejor espiritualmente que los prósperos? No necesariamente. ¿Significa que Dios, en Jesús, tiene un radar especial y un cariño por ellos? Sí, una y otra vez.

«Darse cuenta» está en lo alto de la lista de cómo «ellos conocerán que somos cristianos», y ciertamente cómo sabrán que somos vicencianos. La gente nos reconoce por nuestra aguda conciencia de aquellos perdidos en las esquinas. ¿Ama Dios a todos? Sí. Pero, ¿muestra el Dios de nuestras Escrituras predilección por los olvidados y desechados? La respuesta es clara en parábolas como ésta del pobre a la puerta. Sabrán lo que creemos cuando prestemos atención a los ignorados, cuando no pasemos por encima de ese mendigo en la puerta.

En el capítulo 4 del evangelio de Lucas, Jesús expone la historia de su vocación: «Me ha enviado a predicar la Buena Nueva a los pobres». Que en la familia de Vicente podamos seguir orientándonos a la luz de esta llamada.

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