“Ve y haz tú lo mismo”
Jon 1, 1–2, 1.11; Jon 2; Lc 10, 25-37.
La parábola del samaritano es un retrato en pequeño del amor de Dios revelado en el Antiguo Testamento, que se refleja plenamente en Jesús: “quien me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14, 9). La parábola se dirige al maestro de la ley para que pueda ver que el amor del Padre y del Hijo está abierto a los pequeños.
La orden “ve y haz tú lo mismo” también va dirigida a nosotros. Pero antes de cumplirla necesitamos tomar el lugar del herido y dejar que Dios nos cuide y nos sane. Antes de actuar necesitamos sentir que Dios nos ha cuidado y nos ha amado. Así, una vez que hemos sido sanados de nuestro mal, podremos amar con todo el corazón a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Es indispensable sentir este cuidado de Dios porque una persona que no se siente amada no puede amar.
De esta manera, el mandamiento del amor a Dios y al prójimo deja de ser una ley imposible de cumplir y se convierte en una buena noticia: aquellos que se han dejado curar por el samaritano, se hacen capaces de recorrer el mismo camino. Sintiéndose amados pueden salir a buscar a sus hermanos y ayudarles a curar sus heridas.
Dejemos que Dios nos cuide. Sintamos su amor y protección. Después salgamos y hagamos lo mismo que Dios ha hecho por nosotros.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Antonio G. Escobedo Hernández C.M.
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