La vida moderna es bastante agitada. Casa, trabajo, escuela, cuentas por pagar, banco, reuniones, vecinos, viajes, teléfono móvil, parientes, Facebook, televisión, ordenador, Internet… son tantos quehaceres y tan atrayentes que, a veces, desearíamos pedir a Dios que el día tuviese al menos 30 horas. Todo se torna apresurado, superficial, desechable y efímero; las apariencias y los bienes materiales se imponen en lo cotidiano: fiestas, bares, reuniones de amigos, coches, ropa…
Es evidente que nuestra existencia debe ser plena en términos sociales y económicos; al final, somos humanos y Dios nos ha entregado una vida llena de oportunidades, dándonos salud, inteligencia, disposición y creatividad. Pero, ante tantos elementos del mundo que llaman la atención, percibimos que el tiempo dedicado a las cosas divinas es cada vez menor. Por eso es tan difícil reclutar nuevos miembros para las Conferencias Vicentinas.
Cuidamos de nuestro físico (gimnasios y parques abarrotados), de nuestro intelecto (escuelas, facultades, maestrías), de nuestra alimentación, vestuario, vivienda, empleabilidad; pero ¿cuidamos del espíritu como debiéramos? ¿Le dedicamos tiempo suficiente a Dios? ¿Compartimos con los más humildes los bienes materiales que poseemos? ¿Cuidamos la dimensión espiritual en nuestro ser? ¿Reservamos un tiempo semanal a la caridad?
Al observar la sociedad civil que nos rodea, percibimos que el tiempo destinado a los asuntos religiosos, espirituales y santificadores se reduce drásticamente a cada generación. La secularización (que ocurre cuando la religión deja de ser un aspecto cultural y aglutinador de la sociedad) y los medios de comunicación han contribuido grandemente a que los temas sacros hayan sido sustituidos por lo «políticamente correcto», siendo banalizados y convertidos en algo sin importancia. Los valores de la familia, por ejemplo, han sido completamente destruidos, y ¡ay de quien piense diferente en relación a la domesticación que contamina nuestras mentes por las telenovelas!
Al tratar este asunto se hace necesario citar un pasaje bíblico en el que Jesús nos enseña qué debe ser, de hecho, el centro de nuestras vidas. En el Evangelio de san Lucas encontramos la visita de Jesús a la casa de Marta, que tenía una hermana llamada María. María se sentó a los pies del maestro para oírlo, mientras Marta se distraía con las tareas domésticas. Jesús, al percibir las quejas de Marta sobre su hermana, dijo: «Marta, Marta, tú andas preocupada y te pierdes en mil cosas: una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada»[1].
Al igual que Marta, a veces estamos tan preocupados por los quehaceres diarios que no nos damos cuenta de la «visita del Señor a nuestras casas», a nuestros corazones, a nuestras vidas. Muchos ni notan ni sienten Su presencia. Muchos no tienen tiempo para participar en la Misa o de recibir los sacramentos. Muchos no colocan a Dios como prioridad en su camino. Muchos son ingratos con nuestro Padre Celestial y no le agradecen todo lo que tienen. Muchos se ocupan demasiado del trabajo, se estresan y necesitan gastar verdaderas fortunas en terapias y psicólogos.
En otro pasaje de las Escrituras, Jesús exhorta a la multitud: «No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimentos?, o ¿qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para vestirnos? Los que no conocen a Dios se afanan por esas cosas, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso. Por lo tanto, busquen primero su reino y su justicia, y se les darán también todas esas cosas. No se preocupen por el día de mañana, pues el mañana se preocupará por sí mismo. A cada día le bastan sus problemas»[2]. Lo primero, Dios y el espíritu; después, las demás cosas.
Jesús nos enseña qué es lo más importante, es decir, oír y seguir las palabras del Salvador; después, el resto de asuntos. Lamentable es constatar que la sociedad contemporánea consigue encontrar tiempo y atención para todo, menos para el Altísimo. ¡Cuidemos de nuestro espíritu! ¡Cuidemos de nuestra salvación! ¡Cuidemos de los pobres del Señor!
[1] Lc 10, 38-42.
[2] Mt 6, 31-34.
Renato Lima de Oliveira
16º Presidente General de la Sociedad de San Vicente de Paúl
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