Jesús da plenitud a la ley y los profetas. Nos enseña de palabra y de obra a cuidar de los pobres, conmoviéndonos por su miseria.
La parábola del hombre rico y Lazáro nos enseña a cuidar de los pobres. Por supuesto, se puede decir que Lázaro, reconociéndose desvalido, se resigna a su condición de miseria. Pero la parábola no enseña la resignación.
Ni es la parábola garante para los pobres de los bienes celestiales en compensación de los males terrestiales. De esta idea de compensación, y de aquélla de resignación, sirven los ricos para seguir explotando a los pobres. Por eso, les gusta a los explotadores presentar a Lázaro como modelo de resignación y compensación final.
No indica la parábola, sin embargo, que maltrata el rico al miserable que está echado a su portal. Pero igual termina atormentado el rico en el infierno. Obviamente, pues, se nos da a conocer que no nos basta con no dañar a los pobres. No podemos ser indiferentes tampoco ante las miserias humanas. Es decir, debemos conmovernos más bien por ellas.
Y todo esto es una reafirmación también de la ley y los profetas (Amós 2, 6-7; 4, 1-5; 6, 4-7; Is 58, 7; Éx 22, 25; Dt 15, 4. 11; 24, 10-13). Lo que marca la diferencia es la plenitud que les da Jesús.
Cumpliendo plenamente la ley y los profetas, Jesús no deja de cuidar de los pobres.
Una y otra vez se compadece Jesús de los pobres, de los que se encuentran echados en las periferias. Así pues, recorre pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y sanando también toda clase de enfermedades y dolencias.
Y para llevar a pleno cabo su ministerio, da su vida por nosotros, pobres y pecadores. De verdad, es incomparablemente grande su amor. Y así consuma también su compasión, la que le ha llevado a hacerse exactamente igual que nosotros en todo, menos en el pecado.
Los verdaderos cristianos, desde luego, procuran cuidar de los pobres. Con razón, pues, afirma san Vicente de Paúl (SV.ES XI:561):
¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él! Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura; es carecer de humanidad ….
Cada vez, sí, que me porto como el rico ante un Lázaro miserable de hoy día, menos humano me hago. Y más niego al pobre su nombre y me quedo yo mismo sin nombre. Y de ninguna manera doy testimonio de que «Mi Dios es ayuda».
Señor Jesús, haz de nosotros una comunidad que tiene un solo corazón y una sola alma. Que ayuden quienes reciben bienes a los que reciben males. Así no habrá entre nosotros ningún necesitado. No permitas jamás que sea sacrílega nuestra reunión eucarística, dejando nosotros que pasen hambre los que no tienen nada.
29 Septiembre 2019
26º Domingo de T.O. (C)
Amós 6, 1a. 4-7; 1 Tim 6, 11-16; Lc 16, 19-31
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