«Éste es mi Hijo, mi predilecto. Escúchenlo»
Dn 7, 9-10; Sal 96; Lc 9, 28-36.
Jesús y sus discípulos van camino hacia Jerusalén, no desconocen los peligros que les esperan, pero antes de continuar, detienen un poco la marcha, hay algo que el Maestro quiere mostrarles para animarlos en medio de sus dudas. El acontecimiento ocurre en el monte Tabor. Pedro, Juan y Santiago son testigos.
El escenario se presta para encontrarse con la presencia de Dios, han caminado hasta la cima, unos 575 m. sobre el nivel del mar, el calor se apaga y encuentran el viento fresco que mece las copas de los árboles, hay silencio, que sólo se interrumpe por el canto de algunas aves, y juntos, en armonía, ofrecen el momento propicio para orar. Todo un regalo natural para disfrutar, agradecer y preservar.
Desde esa altura se puede contemplar el ritmo de la vida, su ajetreo, las oportunidades perdidas para recrear el espíritu.
Una vez en oración, Jesús les descubre su íntima relación con Moisés y Elías, es decir, con la Ley y la Profecía. Mientras el Padre le confirma en su misión y en su entrega.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez Mireles, C.M.
0 comentarios