Un asunto recurrente en las reuniones de las Conferencias, que desafía a los vicentinos en general, es la cuestión de dar limosna a los pobres. Todos sabemos que la Santa Iglesia aconseja esta práctica, y hay innumerables pasajes bíblicos que recomiendan vivir esta obra de misericordia. Pero san Vicente nos «provoca» cuando dice que no basta dar una limosna, hay que rescatar a los pobres de su mísera condición.
Un pasaje de Hechos de los Apóstoles[1] narra la historia de Tabita, considerada una discípula ejemplar y que, tras su enfermedad y muerte, volvió a la vida por la intercesión de la oración de san Pedro: «En Jope había una discípula llamada Tabita (o Dorcas en griego), que quiere decir Gacela. Hacía muchas obras buenas y siempre ayudaba a los pobres». Lo que pasó con Tabita ya fue previsto en otra parte bastante contundente del Antiguo Testamento: «La limosna libra de la muerte, purifica de cualquier pecado; los que dan limosna tendrán larga vida»[2]. Y Jesús va más allá: «Vendan lo que tienen y repártanlo en limosnas»[3].
Así pues, encontramos muchos pasajes en las Sagradas Escrituras sobre este tema. Pero la Iglesia también afirma, desde siempre, que hemos de detener la miseria y no perpetuarla. En general, cuando las personas dan limosna en la calle quieren librarse de los pedigüeños, dando solo un paliativo, sin resolver la cuestión, solo aliviando el sufrimiento de forma momentánea. No hay cambio de estructuras ni solución de los problemas de hecho, como debiera ocurrir.
Por eso, la discusión sobre dar o no dar limosna preocupa a cada consocio de la Sociedad de San Vicente de Paúl. ¿Cómo debemos actuar? Sabemos que la limosna no resuelve el problema del pobre, pero la Iglesia estimula su práctica. ¿Cómo actuar entonces? Lo mejor es implementar una acción perenne, integrada, organizada y realmente sanadora, como debería de ser precisamente la asistencia prestada por la Sociedad de San Vicente de Paúl, hasta que las personas socorridas puedan, con sus propias manos y el sudor de su trabajo, caminar por la vida de manera autónoma y digna.
En otras palabras: dar limosna es un acto de caridad que ayuda, pero no resuelve. Debemos seguir dando limosnas, con criterio, por supuesto. Pero lo que va a resolver de hecho la cuestión de la pobreza es una acción de promoción humana integral que incluya el acceso al empleo, la salud y la educación. Juntos, estos elementos restauran la dignidad a la persona humana, rescatándola de la miseria e insertándola en el contexto social en que vivimos.
No podemos reducir la caridad cristiana tan solo a hechos materiales, como «dar de comer al hambriento y de beber al sediento». La caridad es también moral, y no implica gasto económico alguno. Pero esta última es la más difícil de practicar. Saber escuchar (en una sociedad sorda), interceder con oraciones (cuando las personas no tienen tiempo para orar), perdonar sin límites (en un escenario vengativo y violento) y tolerar actitudes inadecuadas de las personas (en un mundo lleno de prejuicios y discriminaciones) son ejemplos de actos de caridad meritorios («limosnas virtuales») que no cuestan nada y marcan una enorme diferencia. Reflexionemos.
[1] Hch 9, 36ss.
[2] Tb 12, 9.
[3] Lc 12, 33.
Renato Lima de Oliveira
16º Presidente General de la Sociedad de San Vicente de Paúl
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