Jesús nos da ejemplo perfecto del amor. Quiere nuestro Maestro y Señor que juntos hagamos también lo que él ha hecho con nosotros.
Están juntos unos seguidores de Jesús. No llega a doce el número de ellos. No se les toma a ellos, pues, por representantes de Israel con doce tribus.
Están juntos siete discípulos, lo que apunta a la integridad del grupo, pues siete denota plenitud. Sí, la convocación de los seguidores de Jesús juntan a hombres de toda raza, lengua y nación.
Los discípulos, echándole de menos a Jesús, incluso están aburridos juntos. Y procuran superar el aburrimiento yédonse juntos a pescar. Pero no cogen nada.
Ya amanece y aún sus habilidades y esfuerzos resultan vanos. Entonces interviene Jesús. Y le obedecen los discípulos, aun sin reconocerle, y se les concede una pesca abundante.
Luego dice en seguida el discípulo amado: «Es el Señor». Se refiere, claro, al que ha preguntado: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Y Jesús llamó anteriormente a los discípulos de manera semejante cuando les dijo que ya no estaría con ellos por mucho tiempo. ¿Acaso dan una pista las palabras semejantes?
Pero seguramente lo bueno de estar juntos es que la intuición de uno compensa la falta de ella por parte de otros. Siempre hay quien recuerda lo que otros olvidan (véase M. L’Engle, The Irrational Season [The Seabury Press, 1977] 143).
Ser Iglesia de Cristo es estar juntos con él y unos con otros.
Esta solidaridad no es solo una cosa buena, sino que es todo para nosotros. De verdad, sin Jesús no podemos hacer nada. No sea que se aparezca, permanezca en nosotros y nosotros en él, no habrá pesca alguna o se romperá la red.
Necesitamos también a los demás para que tengamos éxito. Después de todo, ¿qué tenemos que no hayamos recibido realmente?
Y cada uno tiene algo que aportar. Si bien ya ha preparado Jesús pescado y pan para nosotros, ¿no pide él que le traigamos de nuestra pesca?
Así que necesitamos de los sin doblez como Natanael. Nos sirven de aliento también las palabras de Pedro a Jesús: «Daré mi vida por ti». La franqueza de Tomás nos confirma además en nuestra decisión de convertirnos en mellizos de Jesús, yendo nosotros a morir con él. Y no podemos prescindir de la humildad de los discípulos anónimos.
Sobre todo, Pedro nos enseña a cubrir nuestra desnudez que es la traición contra Jesús. O que son las ambiciones tan descaradas como las de los Zebedeos e inaceptables (véase SV.ES XI:238). Sí, lo que cubre los pecados es el amor profundo los unos a los otros, el amor revelado por Jesús. El amor que sirve, alimenta y cuida, sufre ultrajes y la muerte, entregando el cuerpo y derramando la sangre como el Cordero degollado.
Señor Jesús, enséñanos a pescar juntos de modo que haya pesca abundante. Y haz que, preparando los peces y el pan para los demás, no permitamos que nadie muera de hambre.
5 Mayo 2019
3º Domingo de Pascua (C)
Hech 5, 27-32. 40b-41; Apoc 5, 11-14; Jn 21, 1-19
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