Ez 47, 1-9; Sal 45; Jn 5, 1-16.
“Mira que estás sano. No vuelvas a pecar”
Treinta y ocho años llevaba enfermo este paralítico, y no había perdido la esperanza. Junto a la piscina de Siloé buscaba el milagro de su curación, sin conseguirlo. ¿Cómo lo iba a conseguir si cada enfermo veía para sí mismo? cuando se agitaban las aguas todos corrían, como en competencia olímpica y sólo uno lograba ser el primero, y se iría contento a celebrar su curación.
Se habían visto muchos milagros en la piscina, pero nadie había visto el milagro de la compasión y la solidaridad… hasta que llegó Jesús, miró al paralítico y se dio cuenta que, con las reglas establecidas, éste nunca lograría la curación. Y cambió las reglas: no necesitas competir, ni entrar a esa agua turbia de la piscina; por mi medio Dios te ofrece gratis la salud y la posibilidad de una vida renovada. Levántate y camina.
–¡Pero es sábado! (dirían los fieles cumplidores de las frías reglas). ¡Ni tú puedes curar, ni él puede cargar su camilla!
–Pues bien (podría haberles respondido Jesús), el sábado es un buen día para mostrar amor y compasión a los débiles y enfermos… y el lunes, y el jueves también.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Silviano Calderón S., cm
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