Jon 3, 1-10; Sal 50; Lc 11, 29-32.
“No se les dará otra señal, que la del profeta Jonás”
¡Arrepentimiento! Resuena en las lecturas de hoy. Jonás es enviado por segunda vez –la primera intentó huir y terminó en el vientre de la ballena– a predicar arrepentimiento en la “insensata Nínive”, como la llamaría el griego Focílides. Nínive, capital del imperio Asirio, se había convertido también en capital de la violencia, la crueldad y la deshonestidad –cuánta semejanza con nuestros contextos actuales–. Ahí es enviado Jonás a predicar ayuno y arrepentimiento. La misericordia de Dios se manifiesta y suspende la destrucción prometida.
En el Evangelio, Jesús retoma la referencia y reprocha estar entre “una generación malvada”, que no conforme con serlo, pide señales. La señal es Él mismo:
“Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el hijo del hombre lo será para esta generación”.
A los ninivitas, les bastó la predicación de Jonás para transformar su forma de vivir; nosotros hemos escuchado el mensaje, conocido al mensajero y con todo, no hemos cambiado nuestras formas violentas y deshonestas de vivir. ¿Qué otra señal necesitamos, para transformar nuestra vida y nuestro entorno?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: José Luis Rodríguez Vázquez
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