A finales de octubre de 2018, la Conferencia de Liderazgo de Mujeres Religiosas (LCWR, por sus siglas en inglés) hizo una llamada nacional para que voluntarios prestasen asistencia a varias agencias con la afluencia de personas que buscan asilo en la frontera entre EE.UU. y México. Debido a mi trabajo e interés en la política de inmigración, los miembros del Equipo de Liderazgo Congregacional de Halifax de las Hermanas de la Caridad me preguntaron si estaría dispuesta a viajar y ofrecer voluntariamente mi tiempo a una de estas organizaciones. Después de una breve búsqueda, me propuse ser voluntaria en el Centro de Ayuda Humanitaria administrado por Caridades Católicas del Valle del Río Grande.

Mientras me dirigía a McAllen, Texas, para servir en el Centro de Ayuda Humanitaria durante el tiempo de Navidad, dispuse mi corazón para ser como los Magos en busca de Jesús. Al ver los rostros de hombres, mujeres y niños que buscan consuelo y seguridad, no tuve que mirar muy lejos para ver a la vulnerable criatura necesitada. Sin embargo, no esperaba sentirme en verdad de pie en tierra santa.

La historia comienza con una coincidencia: Ericka, una amiga mía de Nueva York, se encontraba en McAllen para una boda. Entonces, providencialmente, ella y algunos de sus amigos vinieron a ofrecerse como voluntarios en el Respite Centre, el 31 de diciembre. En el grupo estaba a un sacerdote amigo que se ofreció a celebrar la Misa de Vigilia esa tarde, por la solemnidad de María, Madre de Dios. A las 9:00 pm, los casi 200 invitados del Respite Centre se reunieron en el comedor para la misa. El P. Agustino Torres, CFR dirigía a las familias en el canto, repitiendo el verso «Proclama mi alma» una y otra vez en alabanza durante la homilía. Al final de la misa, cada persona recibió una bendición individual y una medalla impresa con Nuestra Señora de Guadalupe y la Divina Misericordia.

Muchísimas personas se derrumbaron en lágrimas, y fue imposible no llorar con ellas. Imaginando las historias colectivas en esa sala, de su lucha, sus viajes, arriesgando sus vidas, solo podía sentir su dolor y su liberación en ese momento. A través de la Eucaristía, oraciones, abrazos, sonrisas y cálidos intercambios, Cristo estuvo presente, caminando entre nosotros en aquel pequeño espacio. Este centro de enfermería, convertido en centro de descanso se, había transformado una vez más en un Santuario.

Cuando llamaron a San Vicente de Paúl para ir a escuchar la confesión de un hombre moribundo, su corazón se conmovió al darse cuenta de cómo se habían descuidado las necesidades espirituales de este pobre hombre y de otros como él. Vicente no había descubierto el hambre o necesidad de Cristo del pueblo, pero el anhelo de este le llevó a su propia conversión personal.

Semana tras semana, voluntarios como yo trabajamos para satisfacer las necesidades físicas de muchas personas que buscan asilo en los Estados Unidos. Ropa, calcetines, zapatos, duchas y una comida caliente son cosas habituales en el Respite Centre. Sin embargo, ¿cuántos no se han detenido a pensar en las necesidades espirituales que existen? Las necesidades que van más allá de ofrecer la bondad, sino verdaderamente compartir a Jesús con las familias. Me sentí bendecida y humillada al recordar que nuestras necesidades básicas también se extienden al alma y a compartir esa tarde de oración con mis hermanos y hermanas.

Melissa Gibilaro es la Coordinadora de Justicia, Paz y Atención de Nuestro Hogar Común para las Hermanas de la Caridad – Halifax. Fue voluntaria en el Centro de Ayuda Humanitaria en McAllen desde finales de diciembre hasta principios de enero. Ella reside en Queens, NY.

Nota del editor:  Este es un grupo de miembros de la Familia Vicenciana que se reúnen regularmente a solicitud de los líderes de sus respectivas ramas. Sus reflexiones no representan la política de la Familia Vicenciana, pero se comparten para estimular nuestra reflexión y acción. Los comentarios son muy apreciados.