Jesús mismo es la bondad que atesoran en sus corazones los verdaderamente buenos y de la cual sacan el bien.
Enseña Jesús que lo que guardamos en nuestro interior juega un papel decisivo. Si es la bondad que tenemos atesorada dentro de nosotros, entonces saldrán de nosotros palabras y obras buenas. En cambio, abrigar nosotros la maldad quiere decir palabras y obras malas por nuestra parte. En otras palabras, árbol sano, fruto sano, y árbol dañado, fruto dañado.
Nos resulta muy importante, sí, lo que guardamos en nuestro corazón. Pues, de esto depende el fruto que damos y determina quiénes somos o de qué estamos hechos. Y para lograr ser lo que debemos ser, nos basta con atesorar en nuestros corazones la bondad que Jesús personifica.
Después de todo, la enseñanza y el ejemplo de Jesús nos abren los ojos, para que no caminemos en las tinieblas. Nos revelan la verdad a la que debemos ajustar nuestra vida. Así seremos fieles a nosotros mismos y conseguirán también la autorrealización los que nos piden indicaciones. Es decir, Jesús es la verdad que nos haga libres. No quiere él, desde luego, que caigamos en un hoyo o en una trampa.
Así que Jesús es el Maestro que quiere que seamos como él. Y practica lo que predica. No es un hipócrita que dice una cosa y hace otra. Su palabra significa la verdad, la bondad, la unidad, la belleza. Busca además nuestro bien. No cuenta él entre los con pretensiones de superioridad, quienes rondan buscando a quiénes cazar. Van ellos corrigiendo a los demás sin aplicarse a sí mismos primero la corrección.
Y Jesús busca ciertamente nuestro bien y no el bien propio ni los intereses propios. Pues él da la vida por nosotros, entregando su cuerpo y derramando su sangre.
Señor Jesús, que los que nos alimentamos de tu palabra, cuerpo y sangre atesoremos tu bondad en nuestros corazones. Y que nuestra vida esté llena de ti (SV.ES I:320). Infúndenos el verdadero espíritu de oración, ayuno y limosna, para que nuestros esfuerzos no queden sin recompensa. Hazque que mediante nuestras palabras y acciones seamos la luz del mundo y la sal de la tierra. Y concédenos a los que con amor corregimos a los demás corregir también a nosotros mismos (véase SV.ES XI:197, 398).
3 Marzo 2019
8º Domingo de T.O. (C)
Eclo 27, 4-7; 1 Cor 15, 54-58; Lc 6, 39-45
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