«¿Por qué ves la mota que tu hermano tiene en su ojo, y no reparas en la viga que hay en el tuyo?» Esta es la dura expresión del Evangelio de san Lucas de este domingo. De hecho, tenemos el hábito de criticar a las demás personas, sin evaluar nuestros propios defectos. O, aún peor, perdemos la oportunidad de resaltar las cosas buenas de los demás, poniendo en valor también así nuestras virtudes.
Muchas veces proyectamos en los demás nuestros propios complejos, nuestras limitaciones. Les criticamos, queriendo decir, de hecho: «tengo este problema y quiero que usted también tenga»; «Me siento poco inteligente y llamo incapaz al otro»; «Me siento feo y, por lo tanto, llamo feo al otro».
Todo esto ocurre porque aún no nos convencemos de que todo lo que somos o lo que tenemos, se lo debemos a Dios, y Él pone en valor lo poco o lo mucho que soy o tengo. Preferimos proyectar nuestra baja autoestima en los demás, que valorar los dones que el Espíritu Santo nos da. Seríamos mucho más felices si buscásemos «limpiar la viga de nuestros ojos», percibiendo cómo son, bellos, o como son útiles para que podamos ver bien. Y, una vez limpiada esta traba en nuestra vida, podamos ver lo bellos y limpios son los ojos de los demás. Si lo hacemos así, haremos mucho más felices tanto los demás como nosotros mismos.
La mayoría de las veces, las personas que critican mucho a los demás, que son arrogantes o que se colocan en una posición de superioridad ante los demás, en realidad tratan de ocultar sus propios complejos, «pues la boca habla de lo que desborda del corazón» (del Evangelio) o «las palabras del hombre revelan sus sentimientos» (de la lectura del Libro de la Sabiduría, Antiguo Testamento). Jesús nos invita a mirar y expresar las cosas buenas que tenemos: el discípulo no es superior al maestro, pero todo discípulo perfecto debe ser como su maestro. Ser como el maestro es enseñar como él, vivir como él, valorar las cosas buenas que él nos enseña.
El Vicentino es, por excelencia, el «árbol bueno que da buen fruto» (del Evangelio), o «el que permanece firme e inquebrantable, por ser diligente en la obra del Señor» (de la Carta de San Pablo a los Corintios). ¡No queremos ser vicentinos que se quejan de todo y que critican a los demás por todo! Como en el Libro de la Sabiduría, no queremos ser el tipo de personas para las cuales «los defectos aparecen en las palabras»: queremos ser los que proyectan en los demás la belleza de nuestra vocación, la «alegría del Evangelio» (Evangelii Gaudium del Papa Francisco).
Ser, por lo tanto, «semejantes al Maestro» es expresar, con nuestras palabras, los dones que el Espíritu Santo nos concede cada día, aunque a veces sea más fácil criticar que elogiar; aunque nos parezca que los demás sólo nos valoran cuando mostramos que somos mejores que ellos. Este ejercicio siempre vale la pena, porque «vuestro esfuerzo no es inútil en el Señor» (de la Carta de San Pablo a los Corintios). Como decía la famosa oración de la Madre Teresa de Calcuta: «Al final, todo es entre tú y Dios; nunca ha sido entre tú y los demás».
Fuente: http://www.ssvpbrasil.org.br/
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