Jesús, en cuya boca pone Dios sus palabras, dice todo lo que Dios le manda. Cuantos obedecen a Jesús, fiándose de él, se transforman y sacian el hambre que tienen.
La muchedumbre tiene hambre de la palabra de Dios. Por eso, se agolpa alrededor de Jesús para escucharle. Y no despide él a los hambrientos, sino que les enseña, y así sacia su hambre.
Pero no se nos especifica el contenido de su enseñanza, lo que quizás indique que en Jesús principalmente debemos enfocarnos. Él es la Palabra de Dios hecha carne. Con razón, pues, sobresale él mientras, sentado, enseña a la gente desde la barca de Simón, apartada un poco de tierra.
El Maestro mismo, sí, es la enseñanza. Y sigue enseñando aun cuando acaba de hablar. Es que la redada grande de peces sirve de enseñanza. Por ella, les enseña Jesús a Simón, Santiago y Juan a fiarse de él. Después de todo, solo él remedia su hambre. Les enseña además su indignidad y su vocación a una nueva vida.
Jesús nos dirige la misma enseñanza a los que pretendemos seguirle y tenemos hambre de la palabra de Dios.
Quiere Jesús que sus prospectivos seguidores remen mar adentro. Es decir, su deseo para nosotros es que le entendamos y conozcamos íntimamente y le sigamos de cerca. Y nos pide él que esto lo hagamos aunque corramos grandes riesgos y actuemos en contra de nuestros buenos conocimientos, competencias y experiencias.
Así que los verdaderos discípulos cambian su pensar, sentir y actuar por los de Jesús. No dejan que sus propias ideas, su filosofía, su teología y sus discursos lo estropeen todo (SV.ES XI:236). Los seguidores de Jesús le dicen más bien, «Maestro, por tu palabra, haremos lo que prohíbe el sentido común».
Y seguramente nos enseñará Jesús lo que él quiere. Se nos aparecerá también a nosotros que le preguntamos qué haría si estuviera en nuestro lugar (SV.ES XI:240). Así nos revelará él su voluntad. Y si la hacemos, lograremos probar la plenitud asombrosa de la que tenemos hambre. Entonces nos será él no solo nuestro Maestro, sino nuestro Señor también. Nos abrirá además los ojos para que veamos, como Isaías y Simón, nuestra indignidad.
Si obedecemos verdaderamente a Jesús, reconoceremos que somos pecadores y nos trasformaremos. Entonces, ¿no se nos tomará a nosotros por desobedientes si encubrimos los pecados y los escándalos? No admitir errores e instalarnos en nuestras tradiciones rígidas, ¿no nos impide esto dejarlo todo para sequir a Jesús sin temor?
Señor Jesús, haz que seamos fieles a la celebración de la Eucaristía y nos presentemos como hostia viva. Renuévanos para que discernamos tu voluntad y se sacie el hambre que tenemos.
10 Febrero 2019
5º Domingo de T.O. (C)
Is 6, 1-2a. 3-8; 1 Cor 15, 1-11; Lc 5, 1-11
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