En estos días parece que todo el mundo tiene algo que decir a los obispos. Pero, ¿y si algunas de las cosas que se les dice se aplicasen a nosotros?
Obispos desafiados a reconectarse con Cristo
Todos tienen muchas cosas que decirles a los obispos estadounidenses hoy, ¡incluso al Papa! Tanto es así que más o menos les conminó a que reservaran una semana de su tiempo para orar y reflexionar. Incluso envió a su propio predicador, el padre Cantalamessa, para dirigir el retiro (los textos de sus 11 charlas ahora están disponibles en este enlace, en inglés). De muchas maneras, los desafió a volver a lo básico y ser mucho más que meros administradores.
Este es un momento para tomar un descanso, como dice el salmista, «lejos de la lucha de las lenguas» (Sal 31, 21), y para escuchar la voz del Señor de la Iglesia. Estoy convencido de que este enfoque es la única manera de llegar a los problemas fundamentales que enfrenta la Iglesia, que son diferentes y más profundos que los problemas que generalmente se nos ocurren».
En su primera charla a los obispos, dijo algo que me llamó poderosamente la atención. En su charla de apertura, el p. Cantalamessa contó la historia siguiente. Me impresionó de inmediato su relevancia para mí personalmente y para nuestra Familia Vicenciana. Les dijo:
Recuerdo estar hablado sobre la importancia de la oración en la vida de un sacerdote, cuando alguien objetó: «Pero, padre, ¿sabe cuán ocupados estamos los sacerdotes? ¿Cuántas demandas se nos imponen? Cuando la casa está en llamas, ¿cómo podemos mantener la calma en la oración?» Respondí: «Tienes razón, hermano, pero imagina esto: los bomberos reciben una llamada; hay un incendio. Se lanzan a la escena, con las sirenas a todo volumen, pero cuando llegan, se dan cuenta de que no tienen ni una gota de agua en sus tanques». Cuando descuidamos la oración, no tenemos nada con que satisfacer las necesidades de nuestro pueblo.
Esto me dejó congelado.
¿Por qué me dejó congelado?
En muchos de nuestros encuentros de la Familia Vicenciana, rezamos sinceramente una oración compuesta para el 400 aniversario:
Que, al escuchar hoy el clamor de tus hijos abandonados, acudamos diligentes en su ayuda “como quien corre a apagar un fuego”. Aviva en nosotros la llama del carisma que desde hace 400 años anima nuestra vida misionera.
(Vea la oración completa más abajo)
Sus palabras me hicieron pensar. Corremos mucho, pero, ¿qué pasa si cuando llegamos al fuego no hemos traemos suficiente agua? Me sorprendió que no solo a los Obispos se les desafiase a volver a lo básico.
Sí, ¡somos personas de acción! ¿Pero somos sólo eso? ¿Somos también portadores de Cristo? ¿Bebemos del pozo de nuestra relación con Jesús?
«Los apóstoles y los santos oraron para saber qué hacer, y no simplemente antes de hacer algo».
Otras cosas que escucharon los obispos
Hemos llegado al punto clave de esta primera meditación: la oración como medio indispensable para cultivar la relación con Jesús. Una de las áreas críticas que debemos repensar es la relación entre la oración y la acción. Tenemos que ir más allá de la yuxtaposición hacia la subordinación. La yuxtaposición es cuando primero oramos, y luego actuamos. La subordinación, por otro lado, es cuando primero oramos y luego hacemos lo que surge de nuestra oración.
¡Vicente, Luisa y todos nuestros fundadores entendieron bien esta relación!
La Iglesia no es un bote de remos impulsado por la fuerza y la habilidad de los brazos de quienes están en ella, sino un velero conducido por el viento que sopla «desde arriba». Nadie sabe «de dónde viene o a dónde va» (cf. Jn 3, 8), pero el viento es atrapado por la «vela» de la oración.
Cuestionando nuestra oración
- En nuestras reuniones, ¿»decimos» oraciones, o oramos dejando espacio para aprender lo que Dios quiere que hagamos?
- En mi oración personal, ¿le pido a Dios que bendiga lo que yo, con sabiduría humana, he decidido que quiero hacer?
- ¿O ruego, abierto a descubrir el pensamiento de Jesús sobre cómo hacer algo que sea consistente y promueva el reino de Dios?
Oración completa:
Señor, Padre Misericordioso,
que suscitaste en San Vicente de Paúl
una gran inquietud
por la evangelización de los pobres,
infunde tu Espíritu
en los corazones de sus seguidores.
Que, al escuchar hoy
el clamor de tus hijos abandonados,
acudamos diligentes en su ayuda
“como quien corre a apagar un fuego”.
Aviva en nosotros la llama del carisma
que desde hace 400 años
anima nuestra vida misionera.
Te lo pedimos por tu Hijo,
“el Evangelizador de los pobres”,
Jesucristo nuestro Señor. Amén.
0 comentarios